No lloro hace tres días, pero no significa que me haya acostumbrado a estar sin él, solo aparto su mirada antes de angustiarme. Qué curiosa la fugacidad del mollino. En fin, no encuentro vía posible de comunicación con P., tampoco sabría qué decir (¿te quiero, te extraño, perdón?).
Hace dos meses que lo nuestro empezó a destruirse, desde entonces hice todo lo que mi corazón sintió que podía salvarnos. P. eligió distanciarse de mí a causa de mis expresiones románticas. Creo que todavía me siento culpable por aquello.
Él se aferra a sus heridas, mientras yo, simplemente, lo quiero. ¿Qué hay de malo en mi sentir? En realidad, nada; huye porque es su mecanismo de defensa. No huye por mis palabras, mis dibujos, mis gestos. Está bien, supongo que le resulta difícil aceptarse querido.
Empiezo a comprender todo lo que antes me generaba confusión. No lo juzgaré esta vez, no cuestionaré su accionar, no me machacaré más. No le preguntaré a R. por él, finalmente acepto que no puedo hacer nada. O quizá sí: aprender a quererlo sanamente (esto implica esperar pacientemente).