lunes, julio 08, 2024

Orgasmo, orgasmo, orgasmo, llanto. Pensar en P. me erotiza, después duele. Si está bien sin mí, tendré que aceptarlo. Según A., esperar lo imposible es la causa de mi rumia mental. Debería resignarme, rendirme a la pérdida. Debería renunciar a mis deseos libidinosos, y a la idea de que P. aún me quiere. No volverá, esto es así. Se retiró de nuestro vínculo, silenciosamente. Hoy, imposible estudiar. Me alimenté cuatro veces, religiosamente. Recuerdo cuando R. olvidó unas hojas en el fuego. Hojas carbonizadas que de solo verlas daban ganas de llorar. No pude evitar que lo nuestro se marchitara tan pronto. ¿Por qué actué como si P. fuera mucho más que un hombre? Cada vez que intento aferrarme a él me destruyo. Debía irse para protegerse, fue consecuente respecto a sus palabras. Y yo también, besándole los pies, rogándole que se quede (¿para qué?). El fin me cantó dulcemente en el oído. El fin, con su rostro desdibujado y sus viejas y sucias manos. Recuerdo el departamento de V., mi primera psicoanalista. Ella fumaba como una chimenea, yo era una tierna jovencita envuelta en olores muertos. Mis padres, muertos. Mi identidad, quién sabe. Yo, muerta, tan muerta. Sin duda, a V. le hubiera encantado escuchar mi historia con P.