sábado, diciembre 28, 2024

Pienso: el principal motivo por el cual no puedo darle espacio a la persona que quiero es mi temor al abandono. Siento la necesidad de comunicarme constantemente, porque si no lo intento, no encontrará razones suficientes para regresar a mí. Yo tengo un sinfín de motivos para luchar por mi ser amado, pero él no. De hecho, siempre parecen ganar mis defectos.
¿Qué hay de mi amabilidad, de mi cariño, de mi pasión, de mi dulzura, mi inteligencia, mi ternura, mi amor leal, mi bondad, mi atención, mi sensibilidad, mi paciencia, mis detalles, mi entrega, mi dedicación, mi compromiso? Juntos, soy un lugar de calidez y seguridad, donde reina mi gracia y mi paz.
Si algo no puedo ofrecer, será meramente superficial: una hermosura sofisticada, encanto, perfección... Tal vez esto último sea importante para P., y no lo encontrará en mí. Por el contrario, soy una mujer sencilla, apagada, inusual. No despierto su apetito, angustiosamente. A. P. le gustan y le excitan otro tipo de mujeres, no yo. Si llegara a encontrar algo en mí... ¡Qué ciego sería su amor!
¿Y ahora qué? Me perderé en mi casa, solitaria. ¿Esperaré que aparezca, mágicamente afectuoso, pronunciando palabras mágicas que nunca he oído pronunciar? ¿Esperaré que vea grandes cualidades en mí? ¿Esperaré que reviva su deseo muerto? ¿Esperaré que nazca en él una necesidad inerte de mí? ¿Esperaré ser querida como creo merecer? ¿Esperaré lo imposible?
En la madrugada, apenas abro los ojos, veo gotas de sangre por doquier. El pánico me asalta. Pienso en a quién puedo recurrir, mientras siento que es un mensaje universal. La herida en mi frente se volvió demasiado realista. En mi mente, resuena "La casa del sol naciente". El ángel de mi madre, tal vez el de P., o ambos, en el centro de mi temor. Gotas de sangre que no son más que el producto de mi herida de abandono, originaria, pero más presente que nunca.
Con el estómago vacío y un poco revuelto, me detengo en la cama a mirar el horizonte. De nada sirve obsesionarme con una llamada que no llegará. Es ahora cuando, de repente, recibo un mensaje de A. Últimamente hemos estado hablando, especialmente sobre mi angustia sentimental. A. dice que debería llorar por una persona que me dé el cinco por ciento de lo que yo doy. No importa, son mis errores los que me atormentan. P. diría que el amor no basta. Observo moretones en mis piernas, al tiempo que recibo respuestas calmantes de A. 
Me atrevería a decir que A. es mi único amigo, y se quedó conmigo a pesar de reconocerme sensible, exagerada... A. siempre supo ver, a pesar de mis defectos, la bondad de mi entregado corazón. Le guardo cariño y agradezco cada una de las veces que me escuchó y aconsejó. Me hubiera gustado, al menos una vez, que P. se quedara a conversar conmigo y me tratara como A., pero su orgullo jamás se lo permitió. 
Mi sombra se sostiene en la frente, con la mirada perdida. P. está demasiado herido como para volver tan pronto. Me cuestiono si encontrará algún motivo que lo acerque algún día, o si me verá defectuosa y anulará su cariño. Es tan especial para mí que su ausencia me duele como si se tratara de infinitos puntos cortantes localizados en todo mi cuerpo. Nos reencontraremos, porque nuestra historia merece continuar. Estoy convencida de que seremos uno en los brazos del otro, y la ternura reinará en nuestros corazones felices. La pluma del destino sigue escribiendo sobre nosotros.

viernes, diciembre 27, 2024

Un fantasma, o un rostro pálido y ojeroso frente al espejo. Entre las sombras, una herida sangrante en la frente. Agitada tras pocos pasos, me detengo a inhalar hondo. Un cansancio que se apodera de mí, a causa de la falta de alimento. Mi vista, nublada. Yo, perdida, muy perdida, como entre nubes grises. Me debato entre comer o aguantar algunas horas más. Sigue manando sangre desde mi cabeza.
Se hace de día y estoy sola, finalmente. En mis oídos, canciones románticas que aceleran mi llanto. Silencio, o ruido. Pintura. Palabras que aprietan mi sien como un cuchillo oxidado. Una buena idea: alimentarme antes de que interrumpan mi solitud. Pronto escucho las voces de V. y su pareja. Yo, distraída. Me miro al espejo, pues tendré que enfrentarlos. Un par de ojos que no dicen nada, mi pelo que refleja el desorden de mi mente, no mucho más. Ah, sí, el cuello de mi camiseta está empapado de lágrimas. Tengo que cambiarme y fingir, fingir que todo está bien. Mi sonrisa forzada, primero ante él, quien, sonriente, pregunta cómo estoy. Algo en mí se quiebra, y me alejo de su abrazo rápidamente. Por suerte, no estaba R., a quien no veo hace casi diez días.
¿Y ahora? Palabras amorosas cruzan mis sienes. Él, clavado en el centro de mi pecho. Mis ojos apresuran el temor de la pérdida. Mi amor, más inquebrantable que nunca. Somos uno ahora mismo, nuestros dedos enlazados en el silencio más agónico. El cuerpo que nos pesa y duele, fundidos simbióticamente. Él, que es tan mío, y tan dueño de mi persona. Él, que se aleja, y sin embargo sigue tan enraizado como si fuera otro de mis chakras. Sus palabras que me sangran en la frente, y sus labios que me besan con una ternura casi paternal. Él, que me quiere, que hasta me adora como si fuera una divinidad. Él, que no consigue apartar mi figura de su mente, mi mirada que lo ama y mi tacto que lo cuida. Ahora, que todo parece perdido e irrecuperable, trazamos el amor en una hoja desgastada. Ah, me pregunto si seremos capaces de querernos aún en las adversidades... Parada en una esquina, observando las agujas de un reloj eternamente detenido en una letra P.

Al inicio de nuestra relación, P. me deseaba con pasión; para él, yo era irresistible. Lo nuestro comenzó como algo sin importancia, pero encontró en mí mucho más y empezó a sentir respeto. Nuestros encuentros fueron intensos, aunque para él no pasaban de ser un mero juego carnal. Sin embargo, cuando se dio cuenta de que sentía algo por mí, su interés pasional se desvaneció; se asustó y huyó. Significo más de lo que él hubiera querido que yo significara.
La pasión era el centro de nuestro vínculo, pero al nacer en él una ternura inesperada, pensó que no podía permitírselo. No estaba preparado para nada más que ese juego nuestro, pero aquello se le salió de control, y ahora tiene sentimientos amorosos que no se atreve a reconocer.
P. está enfocado en su trabajo, sus proyectos personales, la economía material y su familia. Lleva una vida estructurada, sin desviarse de su línea de comportamiento. Tiene todo planificado. Sin embargo, lo saqué de su rutina y, sin proponérmelo, me gané un lugar en su corazón. Pero teme; cree que no sabrá darme lo que merezco y que terminaré decepcionándome al descubrir que no es para mí.
Por su pesimismo, no me ofrece nada. Ve obstáculos insalvables entre nosotros. Empatiza conmigo, sí, pero se controla para no revelar lo que siente verdaderamente.

miércoles, diciembre 25, 2024

Un perro diminuto y temeroso, helado bajo una lluvia copiosa que no cesa. O tal vez soy yo, de madrugada, atrapada en una crisis nerviosa. Los ruidos me ensordecen, y sufro como ese perro diminuto, tembloroso. Por unos minutos sostengo la fragilidad de mis piernas, buscando refugio en la almohada. Mis ojos llorosos se abandonan a la solitud de la noche. La cabeza y el ojo izquierdo me duelen con una intensidad punzante. Habré pasado ocho horas sin comer, la última vez fue antes de cruzar las miradas con V. y su pareja.
Para mi sorpresa, recibo un saludo inesperado: el de A. Me hace sentir comprendida, comentando que está recostado en su cama tomando alcohol. En su caso, no está afectado ni sufriente. Cruzamos algunas palabras hasta que insinúa querer apreciar mi desnudez. Eso me hace alejar terminantemente.
No hace falta escribirlo, pero me siento exageradamente sola. Nadie se preocupa por mí; me evitan como si no existiera. Además del saludo de A., recibo contados mensajes de mi familia, quizás tres. Mi madre me asegura que el año que viene será distinto, que podremos estar juntas. Imagina que comeremos y seremos felices. Sabe que estoy refugiada, pero no de mi fragilidad emocional.
Después de mi última incursión escrita, aparece P. No me deja, finalmente, pero tampoco se muestra afectuoso. Es frío, distante. Hace un año nos saludábamos con ternura; ahora, ni siquiera puede hacer una excepción, y calla. Siento que el techo me aplasta, asfixiante. ¿O será mi afecto, tan ansioso y obsesivo?
Los distractores de mi angustia son cada vez menos: la pintura y la escritura. Pero temo enfrentarme a mis sentimientos más profundos. ¡Cuánto necesito a A.! Recién en dos semanas podré hablar con ella. Por ahora, solo queda vivir dolorosamente.
Un sueño de mi madre me hace quebrar: yo era apenas una niñita, ella buscaba mi ropita y no la encontraba, pero finalmente me vestía y podía irme de casa a tiempo. Oigo las voces de S. y su hijo, que vinieron de visita. Otros dos que no notarán mi ausencia. Hoy debo alejarme de todos.

martes, diciembre 24, 2024

Tras medio día como ermitaña, en un descuido de R., saludé a su hermana V. y a su cuñado. Luego de una crisis nerviosa, liberé mi pelo ondulado, maquillé mi rostro sufriente, y con un vestido, sandalias y adornos en mis muñecas, mis orejas y mi cuello, me enfrenté a comentarios esperables. Provenían del abrazo y de la boca de V.: "¿Estás viva? (haciendo referencia a mi encierro) ¡Qué delgadita! (haciendo referencia a mis eternas horas sin alimento alguno)".
Acorralé a P. No me toma ni me deja. Nada que escribir al respecto.
Es de madrugada, y el ruido de la lluvia me recuerda a l'homme parfait. He pasado más de veinte horas refugiándome en el silencio, en la pintura y en mis pensamientos. Nada de crisis nerviosas, por el contrario, un gran manejo de la angustia amenazante.
Ah, sí, el ruido de la lluvia... Un día, lluvioso y distante, P. se mostró deseoso (yo sonreía). Nos encontrábamos a más de diez mil kilómetros, y contábamos los días para reencontrarnos. Me esfuerzo por alejarme de aquella conversación erótica.
Hace poco más de un año, antes de nuestro primer encuentro, también un día lluvioso, nos seducía la idea de besarnos. Nuestras expresiones eran por demás tiernas e inocentes. Que P. correspondiera a mi juego era toda una sorpresa para mí.
Ahora, acostada en la cama, mirando el techo y escuchando el ruido de la lluvia, pienso en cómo cambió todo. Entra a través de las cortinas el día claro y el cielo blanco, mientras hay en mí, cables negros y gruesos entrelazándose hasta formar nudos. Soy prisionera de mis deseos impuros e imposibles.

lunes, diciembre 23, 2024

M. dice, textualmente, que no me dejo querer. Sus invitaciones me causan bastante gracia. Pregunta qué me impide ir a dormir. Quiere que utilice mi tiempo en hablar con él y en verlo, y es ahí, ante esa expresión deseosa, que me detengo y me alejo. T. me ha hecho planteos muy similares hasta hace apenas unas semanas; ahora parece rendido definitivamente y eso me alivia.
En la oscuridad silente, pienso en P. Con las yemas de los dedos, aparto las lágrimas que asoman nuevamente al balcón de mis ojos. Crucé un límite que lo llevó a terminar lo que quedaba entre nosotros. El pánico me hizo perder el control. No puedo permanecer callada; es como si estuviera agonizando de dolor y no pudiera hacer más que evitar el silencio mortífero.

domingo, diciembre 22, 2024

Una habitación o una tumba, un colchón viejo tirado en el suelo y yo, en medio de una (otra) crisis de nervios. Mis ojos lloran sin control, mis manos no pueden detener las lágrimas. En mi vientre se retuercen dos serpientes. Me siento enloquecer, aniquilándome sin piedad. Más que una mujer, soy un monstruo que destruye todo lo que toca. Me temo que me perdí a mí misma, de la manera más humillante. Si tan solo hubiera alguien dispuesto a contenerme de mis gritos internos... ¿Y el regazo de mamá? No hay ningún refugio, solo un pozo a la vista de divinidades que se regodean. Las compulsiones, otra vez. Estoy demasiado enferma, incurable. Debería estar atada de pies y manos para no cometer ninguna locura más.

sábado, diciembre 21, 2024

El tiempo todo lo oxida. Mis ojos, ciegos de negrura. Una boca o un campo de espinas, recuerdos imprecisos. Dos manos ajenas cuyos dedos se entrelazan en mi pecho. Una hoguera detenida, inmóvil; pronto un agujero de cenizas que me impide respirar. Mis dedos tiemblan, mis dientes me devoran violentamente. En mis mejillas, las lágrimas juegan resbaladizas. De momento soy un feto, y mi pena una figurita delgada y ramificada que se mueve como un títere. ¿Estoy muerta hace cuánto tiempo? Pajaritos celestes me tiran de los pelos, una caricatura retorcida. Mi cuerpo, destrozado a latigazos. O tal vez soy un perro enroscado en un charco de veneno. Me trastorno, preciso sedantes. ¿Cómo deja uno de querer saberse querido?

viernes, diciembre 20, 2024

Mi inconsciente se parte en decenas de sueños y desvelos por la madrugada. Apenas pasé doce horas hambrienta. Quizá me golpearon brutalmente, y mi figura indefinida por aquellos golpes nocturnos. Tal vez el inicio de la lectura de Olga Orozco y un pasado mínimamente originario. O el saberlo penoso y no poder tomar otro camino que el de la angustia. Conscientemente, las letras se amontonan en renglones. Y los renglones sangran un discurso ajeno, un discurso propio, un discurso que dice y al mismo tiempo no dice nada. Deberé siempre, forzadamente, tomar el camino del silencio. Aceptar un afecto que enmudece. Las palabras se vuelven huecas al no tener receptor. Los esfuerzos, inútiles. Toda una vida que se reduce a infinitos ciclos, a más de lo mismo.

jueves, diciembre 19, 2024

Discutí con P. durante largas horas. En primer lugar, negó haberme insultado mientras teníamos sexo. Supongo que fue tan traumático para él que realmente no recuerda la situación. Sentirá culpa, y no sabrá cómo afrontar el tema. Habrá reaccionado así por su pánico, y ahora, la negación, es su fiel compañera, evitando nuevamente enfrentarse a la ansiedad relacionada con la paternidad.
En segundo lugar, su percepción se distorsionó en otro recuerdo. En lugar de reconocer que lo llevé al punto máximo de excitación, cambió el suceso, para hacer que parezca que fui yo quien hizo algo inapropiado. Ahora me culpabiliza de sus emociones.
Creo que experimenta una disfunción sexual que lo empuja a evitar sus deseos. Otra vez, el temor a la intimidad, la depresión, el estrés, nuestros problemas... Sus reacciones fueron muy dolorosas para mí, que honestamente quería hablar sobre nuestros sentimientos. 
Entiendo que no está dispuesto a enfrentar sus problemas. En lugar de presionarlo para conversar, debo darle espacio. Y cuidar de mí misma, esto es muy importante. Siento demasiada angustia, es una situación compleja. Una tarea: ocupar todas las horas del día para no sumirme en la frustración.
Espero que P. algún día pueda priorizar su salud mental y física. Deseo con todas mis fuerzas que esté bien. No puedo responsabilizarme de su salud, pero sí de la mía. "El amor no puede curar una enfermedad mental".

lunes, diciembre 16, 2024

Atrapada entre cuatro paredes de cemento, le escribía: tengo claustrofobia. Lloraba porque un pato gigante había subido a mi cama, evidenciando mis deseos insatisfechos. Él era médico, y yo aguardaba en la sala de espera. Al ingresar a su consultorio, lo seduje, pero no experimentó placer al penetrarme. Luego, yo, irascible, gritándole a otro hombre. Entre otros sueños irrelevantes...
Dieciocho horas de ayuno, esta vez se le fue la mano. Son ahora cerca de las cinco de la mañana, y una figura ajena acaricia a un gato en medio de la oscuridad. La figura, medio herida, medio moribunda, se hace de silencio. La figura sedienta, somnolienta, en busca de calor humano. La figura solo quiere ser reconocida en su ternura, afectuosamente. La figura tiene apenas cinco o seis años, y reposa en la más honda soledad. Aprende que está destinada a morir de angustia diariamente. Dickinson cruza sus pensamientos; bien podría ser Pizarnik, Storni o Vilariño. Condenada a una eterna vida de desdichas. La figura fantasiosa conoce los terrores más fríos. Vive de noches y cenizas.

sábado, diciembre 14, 2024

Mi padre me propuso que conviviéramos juntos. Supongo que quedó encantado con nuestros recuerdos recientes, pero sin duda no son suficientes para que abandone la vida que logré construir. Estoy segura de que me extraña, aunque yo ya me acostumbré a su ausencia. Las conversaciones que mantuve con mi madre me han hecho sonreír, pero tampoco me desespero por estar cerca suyo.
Hoy, R. me llamó por mi nombre, después de al menos cuatro días sin dirigirse hacia mí. En su voz y en su rostro, un enojo perceptible. Estoy inapetente, paso días enteros sin alimentarme. Evito a R. a rajatabla. No me enfrento a él en ningún momento. Aguardo impaciente los momentos en que sale de casa para poder sentirme tranquila. Su sola presencia me molesta, tengo motivos de sobra para refugiarme en mí. Cuando presiento su llegada o escucho su voz, me altero.
A. me invitó a festejar su pasado cumpleaños. Por un momento, pensé en asistir. Ella deseaba mi presencia. Pero al ver a R. preferí encerrarme nuevamente. Ahora, me acompaña un silencio demasiado agradable. Respiro tranquilamente, casi somnolienta. Me siento como si estuviera en otro plano, en el que la ira triste me roza mientras yo me mantengo impasible.
Hay un hombrecito de tamaño pequeño que toca la puerta de mi corazón con fuerza. Debo pintar, leer, y refugiarme lejos de aquel hombrecito. Debo comer, aunque no siempre pueda hacerlo en solitud. No tengo pensamientos anoréxicos. La falta de alimento se nota en mi rostro, y en mi estómago por demás vacío. Sola, juego a las escondidas. Nadie me busca. El hombrecito estará cansado. Ah, hora de abandonarme a otro mundo...

jueves, diciembre 12, 2024

Mi vientre, una bomba que explotó. Mis piernas, ramitas frágiles. Mi rostro, consumido. Horas eternas sin beber siquiera una gota de agua. Horas más eternas sin comer siquiera un grano de arroz. Luces que van y vienen, yaciendo en un colchón.

miércoles, diciembre 11, 2024

Soy nada, espuma, un jarrón amarronado e inerte. Soy lágrimas que recorren un rostro desfigurado por el dolor. En el espejo, un par de ojos ajenos, enrojecimiento que indicaría viveza. Soy, pero me siento no ser. Me torturan clavando agujas en mi piel, pobrecita yo... Ahora inhalo un vacío tan mío. El viento podría hacerme desaparecer. Oh, señor militar, solo existo entre oscuras sombras. No soy carne, no soy digna, no me miran. Soy un bebé de dos años, muerto por falta de atención paterna. Soy un olvidado, un eterno interrogante. Soy huellas dactilares viriles impresas en mis pezones, en mi cintura, en mi humedad clitoriana. Soy un nombre sin apellido, un torso infantil sin piernas ni brazos. Soy un hombre, un amante, una pérdida irrecuperable. No soy esta que soy, ni aquella que fui, ya no seré nunca. Soy una herida de bala en la frente, una mancha de sangre en la pared del olvido. Soy un fusil fusilado. Soy el tiempo, una criatura que llora, un ser hambriento. Soy el silencio, el grito mudo, las palabras que nadie pronuncia. No soy de nadie, ni siquiera mía. Me perdí en el bosque encantado, en la luna, en las alcantarillas. Soy un puñal apuñalado descansando en la cama. Indefensa, miro la nada. Ah, cómo quisiera ser mujer... Cómo quisiera que un par de manos arrancaran mis ropas, mis ojos, mi boca. Cómo quisiera ser un farol prendido en llamas. Cómo quisiera ser nombrada por aquella lengua y aquellos labios. Demasiado ocupada sin poder atravesar sus pensamientos. Me ahogo en su mar de nada. Me desdibujo hasta la extinción. Soy un candado, un camino prohibido, unos colmillos de temer. Ahora, entonces, soy un grano de arena, una pata de hormiga, un cabello incoloro. Una risa maligna, una voz chillona, una mirada saltona y ridícula. Soy estúpida. Me castigan con la indiferencia más atroz. Me siento morir en un reconocido abismo.

lunes, diciembre 09, 2024

Mi compañera de trabajo tenía razón, estoy enflaquecida. Mi estómago parece el de un niño desnutrido. Bajé algunos pocos kilos. Hace días evito a R., así como P. me evita a mí. Si me quisiera, se comportaría como un hombre de verdad. Vuelve a demostrarme cuán insignificante soy para él, dejándome en claro que no le importa mi presencia. No es producto de mi fantasía de abandono, es la realidad. Hace una semana decía apreciarme, detesto que me mienta descaradamente. Siempre me esfuerzo por ambos, cuando él no hace nada por mí. ¿Ahora quiere rendirle fidelidad a S.? Creo que se acordó tarde. Tendría que haber sido más cuidadoso, y no dejar que ella descubriera un pelo mío en su auto. Da igual, S. ni siquiera me conoce. Desearía parecerme a ella, solamente por no haber vuelto a los brazos de P. Es una mujer inteligente, por eso P. la ama, además no puede poseerla. Yo, contrariamente, me siento estúpida. Entregada completamente a él, cariñosa y eróticamente. Soy demasiado joven para P. Mis sentimientos afectuosos me quitan el hambre y hacen humedecer mis ojos. Finalmente, esto es lo que merezco. Este es el hombre con el que soñé toda mi vida. Soy masoquista, porque no puedo alejarme. Sufro cada día, exceptuando los pocos momentos juntos. Mi felicidad se basa en unas pocas horas compartidas. Horas que P. ya no está dispuesto a pasar conmigo. Conversaciones que no desea tener... Soy una molestia. No tiene ningún motivo para volver a mí, así que me temo que terminamos definitivamente.

sábado, diciembre 07, 2024

Recibí la visita de A., quien culpó a R. de mi silencio. Me dijo que rompa el encierro, que tenga amigas, y también amantes. Me trató de pobrecita, y de linda. Yo reí, pensando en mi nula vida social, y en mi vínculo con P. Seré una viejita hermética, viviré dentro de una cajita de zapatos de cristal, y no saldré jamás. Escribiré veinte libros en secreto, y si me aburro demasiado, me suicidaré. Tal vez ni siquiera llegue a ver mi rostro arruinado y arrugado. Ah, mi cuerpo joven o viejo, vivo o muerto, me genera un rechazo angustiante. Espero que nadie más me vea desnuda, ni viva ni muerta. Qué desagradable, qué vergüenza. Me siento como un monstruo terriblemente desfigurado, pero a diferencia de los cuentos de terror, la gente no se espanta boquiabierta cuando me ve. Qué comentarios más crueles deben rondar por las cabecitas ajenas. Si tan solo no hubieran quebrado mi frágil autoestima... Tengo una pena insoportable dentro de mi ser, como una pelotita saltarina anaranjada y brillante. Una pelotita de metal rugoso, que pesa toneladas, y cada vez que roza las paredes internas de mi cuerpo me hace llorar de dolor.
Son las seis y media de la mañana, y llevo poco más de doce horas sin ingerir líquidos ni alimentos. En los restos de mis sueños, me encontraba irascible. Enfrascada en mí, odiosa, alejada del resto. En realidad se trataba de R. Mi apetito disminuyó considerablemente, apenas como tras largas horas de inanición. Hace algunos días, una compañera del trabajo notó que estoy enflaquecida. Paso demasiado tiempo angustiada, no actúo como si fuera anoréxica. P. diría que me lastimo a mí misma, y creo que tendría razón. Insisto, no me encuentro en la comida. Esta semana me limité a trabajar. Después de que destrozaran mi corazón, me refugié en la cama y algún que otro hobby. Podría hincharme a dulces, pero eso tampoco significaría nutrirme. Verdaderamente reconozco que me sentiría mejor si comiera comida de verdad. También me sentiría mejor si, tan solo por una vez, la realidad no fuera hostil. Por ejemplo, si aquel hombre que utiliza sus palabras como balas, volviera a tratarme como si yo fuera una pluma delicada. O si aquel otro hombre, excesivamente nervioso e incorrecto, se comportara como un señor inteligente. Con este panorama, ¿cómo querría hacer más que llorar? Esta vez, mi mundo más inmediato me resulta así, hostil. No me refiero a las calles, ni a los hombres desconocidos. No escribo acerca de mi fobia, sino de hombres reales y falibles. Tampoco echo culpas, nadie me obliga a no comer. Nadie me obliga a serle fiel a un hombre que ni siquiera desea estar conmigo. Nadie me obliga a depender de aquel otro hombre. En fin, estoy yéndome por las ramas. En resumidas cuentas, la ira triste me aleja de la comida.

miércoles, diciembre 04, 2024

A. se refirió a P. como un señor que venía a visitarme. Yo me limité a sonreír y hacer gestos con la mano, pero no hablé de él en absoluto. También A., entre mis logros, comentó que había estado relacionándome con él, y yo no dije nada.
Conversamos acerca de R. No soy ermitaña, ni exagero, hay hechos concretos que despiertan en mí demasiada incomodidad. Me refugio entre las cuatro paredes de mi habitación por los rasgos acumulativos de R. Su desorden amenaza mi estructura de orden y limpieza. Opto por evitar el exagerado ruido visual, eso es todo.
Respecto a P., todavía sus puñales me desangran. Su discurso permanece en mi mente, angustiosamente. Después de días conflictivos, logramos mantener una conversación normal. Mis necesidades afectivas y sexuales deberán permanecer insatisfechas, y esto es lo doloroso. Fingiré reír aunque mis ojos se llenen de lágrimas. Muchas veces, querer implica renunciar, y ceder respetuosamente ante la negativa del querido.
Otra vez dejó de desearme. Otra vez apareció su enamoramiento por S. Otra vez negó que existe algo entre nosotros. Otra vez soy insignificante. Otra vez soy culpable y defectuosa. Otra vez significo para él una pérdida de tiempo, soy descartable. Otra vez me hace daño, aunque "cariñosamente".
Ahora es cuando más debo volver a la solitud asexual: descansar o mirar el techo, leer, hacer yoga, pintar, escribir. O podría estar vendada, atada de pies y manos, movediza y llorando. Podría comer, pero no quiero. Podría rendirme ante mis ideas mortíferas. Podría aceptar este dolor cada vez que orino, me higienizo y menstrúo. Podría, o más bien debería, abandonar este asco que siento por mí misma, esta imposibilidad de estar desnuda, esta evitación constante de la viveza de mis deseos. En ningún caso debería depositar culpas, sino más bien, entregarme a mis sentimientos, por más difícil que esto me resulte.

domingo, diciembre 01, 2024

El Fin del Encanto.

Érase una vez un bosque encantado, aledaño a una pequeña aldea, donde los árboles majestuosos derramaban láminas cristalinas que flotaban suavemente como plumas, susurrando con el viento hasta descansar en los pastizales mullidos. Las raíces, firmemente adheridas a la tierra, emergían como serpientes de piedra, mientras que las flores, frágiles y coloridas, se extendían por todo el suelo, como un tapiz vibrante que invitaba a perderse.
Musgos relucientes cubrían las rocas, y una cascada de tonos violáceos los rociaba con su vapor etéreo. Revoloteaban por doquier luciérnagas recién nacidas, curiosas y atrevidas, explorando los rincones más ocultos y fascinantes de aquel mundo mágico.
Venados de cola blanca paseaban con elegancia, buscando las setas más carnosas. En su camino, descubrían senderos salpicados de deliciosas semillas rojizas. Mariposas azulinas danzaban en el aire, apenas perturbadas por la suave brisa, como si el viento mismo evitara interrumpir su gracia.
Entre las sombras, pequeñas lagartijas se refugiaban de la luz, mientras escarabajos blanquinegros y hormigas verdosas se movían con propósito entre la hierba húmeda. La seda de las telarañas cubría algunos rincones, formando delicadas mantas protectoras que relucían como hilos de plata bajo los rayos del sol.
En este paisaje de ensueño, caminaba yo, cubierta por un impermeable translúcido, protegiendo mi más preciado tesoro: una joya de nácar y oro escondida entre mis finos cabellos. Este artefacto era la clave para cruzar los límites entre el bosque y la aldea, permitiéndome comunicarme con sus habitantes y desentrañar los secretos que unían ambos mundos.
En el interior de una caverna cercana, vivían tres elfos hermanos. Custodiaban en su hogar tesoros de incalculable valor: exquisiteces dulces que derretían los corazones más fríos, pócimas capaces de rejuvenecer a las criaturas de la aldea, y ramas secas cuidadosamente seleccionadas para encender el fuego en las noches gélidas.
Las hadas, creadas de polvo de estrellas, volaban incansables, y se consagraban a proteger las vidas pequeñas que habitaban la aldea. Especialistas en sanar heridas, sus diminutas manos trabajaban con ternura, restaurando incluso lo que parecía perdido. Los duendes, siempre diligentes, eran los guardianes de las piedras preciosas, llaves mágicas reservadas solo para aquellos habitantes dignos de su poder.
A medida que avancé, el aire se volvió denso, y los susurros de la brisa se convirtieron en murmullos indescifrables, como si el bosque intentara hablarme en un idioma que no comprendía. Los colores vibrantes que antes adornaban el lugar comenzaron a desvanecerse, absorbidos por un gris opaco que se extendía lentamente, como una sombra que invadía el suelo. Mis pasos, antes suaves y seguros, ahora sonaban vacíos, y las criaturas que poblaban el lugar parecían desvanecerse ante mi mirada. El bosque ya no era el mismo.
Me adentré en arbustos laberínticos, cuando un aullido amenazante rompió el silencio. Un crujido a mis espaldas me detuvo. Sentí el peso de una presencia hostil, pero no me atreví a voltear. El bosque, que antes me acogía, ahora parecía conspirar contra mí. Llevé mi mano hacia la joya escondida en mi pelo y aceleré el paso. Detrás de mí, una figura monstruosa me perseguía. En aquel momento, comprendí que todo había sido una trampa. Había recibido una carta que me citaba al portal de luz. Ingenua, creí que se trataba de otra misión secreta de Alfred, el duende que me entregó la joya.
Cada paso parecía llevarme más lejos del bosque que conocía. Los sonidos que antes me tranquilizaban ahora eran ecos vacíos, burlándose de mi ingenuidad. Un rugido más cercano me hizo tropezar con una raíz sobresaliente. Caí al suelo, raspándome las palmas de las manos. Al alzar la vista, un par de ojos brillantes me observaba desde la penumbra.
No era un lobo común. En sus ojos ardía una furia ancestral, como si cada uno de sus siglos estuviera concentrado en esa mirada penetrante. No era solo un depredador; era la encarnación misma de un odio tan antiguo como el propio bosque. Se acercaba lentamente, disfrutando de mi terror, como un cazador que saborea la presa antes de devorarla. Sus colmillos, afilados como cuchillas, relucían bajo la luz sombría, mientras su sonrisa torcida se expandía, reflejando un deleite cruel que erizó mi piel.
—Nadie podrá salvarte —dijo, con voz profunda y segura.
Con el cuerpo rígido y el corazón latiendo desbocado, cerré los ojos con fuerza, como si aquello pudiera ahuyentarlo. Pero no fue así. Rasgó mis ropas y desgarró mi rostro con sus dientes afilados. Me despedazó cruelmente hasta dejarme indefensa. Mi agonía era su alimento, mi mirada perdida en el horizonte, entre quejidos.
Me aferré a la joya con todas mis fuerzas, esperando que algo, alguien, me salvara. Pero nada sucedió. El lobo tenía razón: no había esperanza. Ni los elfos, ni las hadas, ni los duendes, ninguna de esas figuras en las que creí con tanta fe podría rescatarme. Pedí un milagro, pero las sombras de un mundo que creí real se desvanecieron, como humo llevado por el viento. La magia del bosque, que alguna vez me ofreció consuelo, ya no existía. Mi sangre se fundió con la tierra que alguna vez me fascinó, y el bosque, en su desolación, se volvió tan vacío como mi alma, tan callado como la tumba a la que me dirigía.