martes, diciembre 24, 2024

Es de madrugada, y el ruido de la lluvia me recuerda a l'homme parfait. He pasado más de veinte horas refugiándome en el silencio, en la pintura y en mis pensamientos. Nada de crisis nerviosas, por el contrario, un gran manejo de la angustia amenazante.
Ah, sí, el ruido de la lluvia... Un día, lluvioso y distante, P. se mostró deseoso (yo sonreía). Nos encontrábamos a más de diez mil kilómetros, y contábamos los días para reencontrarnos. Me esfuerzo por alejarme de aquella conversación erótica.
Hace poco más de un año, antes de nuestro primer encuentro, también un día lluvioso, nos seducía la idea de besarnos. Nuestras expresiones eran por demás tiernas e inocentes. Que P. correspondiera a mi juego era toda una sorpresa para mí.
Ahora, acostada en la cama, mirando el techo y escuchando el ruido de la lluvia, pienso en cómo cambió todo. Entra a través de las cortinas el día claro y el cielo blanco, mientras hay en mí, cables negros y gruesos entrelazándose hasta formar nudos. Soy prisionera de mis deseos impuros e imposibles.