Atrapada entre cuatro paredes de cemento, le escribía: tengo claustrofobia. Lloraba porque un pato gigante había subido a mi cama, evidenciando mis deseos insatisfechos. Él era médico, y yo aguardaba en la sala de espera. Al ingresar a su consultorio, lo seduje, pero no experimentó placer al penetrarme. Luego, yo, irascible, gritándole a otro hombre. Entre otros sueños irrelevantes...