miércoles, diciembre 04, 2024

A. se refirió a P. como un señor que venía a visitarme. Yo me limité a sonreír y hacer gestos con la mano, pero no hablé de él en absoluto. También A., entre mis logros, comentó que había estado relacionándome con él, y yo no dije nada.
Conversamos acerca de R. No soy ermitaña, ni exagero, hay hechos concretos que despiertan en mí demasiada incomodidad. Me refugio entre las cuatro paredes de mi habitación por los rasgos acumulativos de R. Su desorden amenaza mi estructura de orden y limpieza. Opto por evitar el exagerado ruido visual, eso es todo.
Respecto a P., todavía sus puñales me desangran. Su discurso permanece en mi mente, angustiosamente. Después de días conflictivos, logramos mantener una conversación normal. Mis necesidades afectivas y sexuales deberán permanecer insatisfechas, y esto es lo doloroso. Fingiré reír aunque mis ojos se llenen de lágrimas. Muchas veces, querer implica renunciar, y ceder respetuosamente ante la negativa del querido.
Otra vez dejó de desearme. Otra vez apareció su enamoramiento por S. Otra vez negó que existe algo entre nosotros. Otra vez soy insignificante. Otra vez soy culpable y defectuosa. Otra vez significo para él una pérdida de tiempo, soy descartable. Otra vez me hace daño, aunque "cariñosamente".
Ahora es cuando más debo volver a la solitud asexual: descansar o mirar el techo, leer, hacer yoga, pintar, escribir. O podría estar vendada, atada de pies y manos, movediza y llorando. Podría comer, pero no quiero. Podría rendirme ante mis ideas mortíferas. Podría aceptar este dolor cada vez que orino, me higienizo y menstrúo. Podría, o más bien debería, abandonar este asco que siento por mí misma, esta imposibilidad de estar desnuda, esta evitación constante de la viveza de mis deseos. En ningún caso debería depositar culpas, sino más bien, entregarme a mis sentimientos, por más difícil que esto me resulte.