sábado, diciembre 07, 2024
Son las seis y media de la mañana, y llevo poco más de doce horas sin ingerir líquidos ni alimentos. En los restos de mis sueños, me encontraba irascible. Enfrascada en mí, odiosa, alejada del resto. En realidad se trataba de R. Mi apetito disminuyó considerablemente, apenas como tras largas horas de inanición. Hace algunos días, una compañera del trabajo notó que estoy enflaquecida. Paso demasiado tiempo angustiada, no actúo como si fuera anoréxica. P. diría que me lastimo a mí misma, y creo que tendría razón. Insisto, no me encuentro en la comida. Esta semana me limité a trabajar. Después de que destrozaran mi corazón, me refugié en la cama y algún que otro hobby. Podría hincharme a dulces, pero eso tampoco significaría nutrirme. Verdaderamente reconozco que me sentiría mejor si comiera comida de verdad. También me sentiría mejor si, tan solo por una vez, la realidad no fuera hostil. Por ejemplo, si aquel hombre que utiliza sus palabras como balas, volviera a tratarme como si yo fuera una pluma delicada. O si aquel otro hombre, excesivamente nervioso e incorrecto, se comportara como un señor inteligente. Con este panorama, ¿cómo querría hacer más que llorar? Esta vez, mi mundo más inmediato me resulta así, hostil. No me refiero a las calles, ni a los hombres desconocidos. No escribo acerca de mi fobia, sino de hombres reales y falibles. Tampoco echo culpas, nadie me obliga a no comer. Nadie me obliga a serle fiel a un hombre que ni siquiera desea estar conmigo. Nadie me obliga a depender de aquel otro hombre. En fin, estoy yéndome por las ramas. En resumidas cuentas, la ira triste me aleja de la comida.