M. dice, textualmente, que no me dejo querer. Sus invitaciones me causan bastante gracia. Pregunta qué me impide ir a dormir. Quiere que utilice mi tiempo en hablar con él y en verlo, y es ahí, ante esa expresión deseosa, que me detengo y me alejo. T. me ha hecho planteos muy similares hasta hace apenas unas semanas; ahora parece rendido definitivamente y eso me alivia.
En la oscuridad silente, pienso en P. Con las yemas de los dedos, aparto las lágrimas que asoman nuevamente al balcón de mis ojos. Crucé un límite que lo llevó a terminar lo que quedaba entre nosotros. El pánico me hizo perder el control. No puedo permanecer callada; es como si estuviera agonizando de dolor y no pudiera hacer más que evitar el silencio mortífero.