miércoles, enero 31, 2024

08:08 a.m.: un trío de horas de desvelo, suficiente para dar comienzo al día. Besos superficiales en los labios de P., una despedida cariñosa luego del placer sensual. Me marcho a raíz de su silencio y sus ojos cerrados, una debilidad frágil no verbal. Orgasmo que culmina con su vulnerabilidad, caricias cuidadosas y tiernas; protección. 
10:01 a.m.: salida al exterior con le bon ange féminin. Un vaso de agua, hambre mortífera, una mancha de sangre oscura (mi útero expulsándola al fin). Captando la belleza de las personas que pasan a mi alrededor, de repente soy consciente de mi mirada seductora. Valoración positiva de mí misma.
17:17 p.m.: Cuando le dije a mi psicoanalista que no me siento muy distinta a P., a pesar de nuestras enormes diferencias, me refería a su bajo nivel de autoestima. L'homme parfait se odia a sí mismo, se culpa, se siente desmerecedor de afecto y esto le enoja. L'homme parfait ou la femme défectueuse (moi).
Es curioso mi afecto desbordante hacia alguien que, en el fondo, se siente tan vacío como yo. 

martes, enero 30, 2024

Latidos anales que culminan tras la llegada de orgasmos múltiples. Necesidad física de ser penetrada por P. Cuatro horas de insomnio e imágenes fantasiosas de carácter erótico girando sobre mis pensamientos. Un coágulo de sangre se impregna en mi ropa interior. Sensación de estar psíquicamente enferma, una suciedad que no se quita con agua tibia. Nunca he escrito sobre P. como hombre real, sino como un ideal. Esa diferencia ha sido destacada por A. en la sesión de ayer. P. est un homme fantastique qui vit dans mon esprit.
"No quiero ni puedo estar con vos, P. (...) Ni ahora ni nunca", palabras que han sido entendidas por l'homme parfait. Un avión desaparece entre las nubes mientras acrecienta mi deseo por sentirlo cerca. Le he dicho a mi psicoanalista que siento una conexión emocional muy fuerte con él. Desde los inicios de nuestro vínculo, me he interesado por sus experiencias de vida, escuchándolo e intentando comprenderlo. Una fuerza invisible me une a P., como si no pudiera sentir algo así por otra persona.
20:02 p.m.: práctica de yoga. Me culpo por haber llenado mi vacío emocional con satisfacciones físicas (sexuales). Intento cuidar mi mente de cualquier perturbación. Aceptación momentánea de mi cuerpo y mi rostro. Hoy he canalizado mi angustia, o la he escondido donde ni yo pude encontrarla. Risas cómplices con mi madre y la ausencia de P. que parece dejar de atormentarme, al igual que la figura de le méchant homme. Dolor de cabeza. 
Me pregunto qué esconderá el silencio de P. ¿Qué significará su afecto hacia mí? ¿Seguirá deseándome? ¿Recordará nuestro encuentro? Interrogantes que me desvelan, o como le he dicho a mi psicoanalista, "me quema la cabeza". No deberían preocuparme los sentimientos ajenos; es una costumbre que dejaré con el correr de los días, o eso espero. Nunca estuve tan segura de mi sentir con respecto a él; de repente, todas las fichas parecen secuenciadas en mi corazón.

lunes, enero 29, 2024

05:05 a.m.: despierto ansiosa, con P. dándome vueltas en la cabeza. Es tiempo de dejarlo ir. Je suis seule. P. est un homme parfait. Dos semanas de madrugadas insomnes, día tras día la misma escena, escribiendo en el sillón mientras el cielo sigue oscuro y alumbra la luz de un farol. Una luna que se deja ver tras una fina capa de nubes, pensamientos agitados acerca del planeamiento de mi próxima salida. Un propósito a cumplir, una tarea que necesito tachar de la lista. Dos ventanas luminosas me acompañan a lo lejos mientras me culpo por desear a P., la luna se hace invisible. Una resequedad cortante entre mis dedos, un frío que me hiela, un picor estresante en mi torso y espalda alta. 
El plan de visitar la playa se vio truncado debido a una desviación en mi camino, una propuesta inesperada de mi madre. Salida con ella, luego sola. Así he venido a la vida y así me marcharé. Camino unos pocos kilómetros de regreso a casa, escogiendo tornar siempre de la misma manera. De repente, una sensación de peligro inminente, rogando un retorno seguro. Finalmente, llega mi tan ansiada sesión con A. Entusiasmo al relatar mis salidas, al borde de la hiperactividad, pisando mis palabras para quitarme un peso de encima con rapidez. Obligación de realizar un planeamiento para poder salir, A. piensa que eso me ayuda y está bien. He podido despejar mi mente, algo extremadamente necesario. 
P. no tarda en hacerse presente, al preguntarme mi psicoanalista por el tiempo que resta para volver a Buenos Aires. Dos meses, respondo, expresando mi ansia por volver a verlo. Lo que siento por P. es una mezcla de afecto y deseo sexual. No puedo hacerme cargo de sus sentimientos ni interpretaciones. P. dice que me quiere de verdad y yo le respondo que lo quiero mucho, pero mucho. No quiero tener una relación con él ni con nadie, pues mi ira triste esconde un vacío emocional profundo que me quema.
Como era de deducir, ese vacío se debe a las dificultades afectivas de mi madre. Falta de registro, de acercamiento; carencias cubiertas de chistes. La imposibilidad de P., un reflejo de mi dolor originario. No están bajo mi control los sentimientos ajenos ni sus maneras de expresión, ni los dichos ni los actos impropios. No puedo hacer más por P. ni juzgar los fallos de mi madre. No puedo hacer más que contemplar la daga invisible clavada en mi pecho, trabajando mis dolores y afectos. No puedo hacerme cargo de nadie más que de mí. 
Un día entero sin alimento, tras la conversación con A. un apetito voraz seguido de un atracón. Secando mis lágrimas, calmando las rojeces de mi rostro. Después de algún tiempo, he vuelto a llorar en sesión, recordándome en el inicio, descargando una acumulación de tensión emocional. Una tranquilidad absoluta, sonrío genuinamente. Mi cuerpo se relaja, siendo las 21:21 p.m. Aquí finalizará el día de hoy, pensando cómo combatir mi vacío sin aferrarme a P. 

domingo, enero 28, 2024

Inicio de una mañana que no promete luego de las dificultades para conciliar y mantener el sueño. Mi inconsciente me ha demostrado que tengo mucho contenido rondando por mi cabeza además de P.: yo, empática con una adolescente embarazada, abrazándola al borde de las lágrimas. Yo, sin palabras ante un cuestionamiento religioso, pues no hay fe que me saque de aquí. Yo, llegando a casa y encontrándome a mi madre.
Necesito enfrentarme al mundo aunque haga frío y abrazarme a una ilusión que me aleje del malestar. Todo lo construido ayer parece desvanecido hoy, como mi vínculo con P. que se ha desarmado de un día para el otro. Una necesidad urgente de aferrarme a él, de cometer los mismos errores una y otra vez, de apurar al tiempo. Un sentimiento de pena muy intenso mientras mi mente y mi cuerpo se despabilan. 
Recordando el sueño del puñal en el pecho y esa imagen recurrente mientras, por las noches, me recuesto en posición fetal, lastimándome a mí misma; ha aparecido una secuencia real en mi mente. Yo, en la guardia de un hospital debido a un aplastamiento del tórax cuando de repente aparece una mujer mayor en silla de ruedas, goteando sangre desprendida de su espalda por un apuñalamiento. La última efigie que conservo de la mujer es la de ella sentada en una camilla mientras un enfermero le colocaba un vendaje o algo similar. Comienza a sonar la voz de Paul McCartney en "I’ve Got a Feeling". 
Tarde de orgasmos, lectura y aburrimiento. Todo lo vivido con P. estas tres semanas vuelve a pasar por delante de mis ojos, haciéndome sentir triste nuevamente. Es el silencio de la soledad el que me provoca una angustia sin igual, mientras estoy en medio de la dualidad cama-techo. Tres meses después afirmo que sí, lo que me duele es querer intimar con P. y no poder. Reboso de deseo cuando hay una distancia kilométrica que nos separa y hace físicamente imposible nuestro encuentro.
Hoy no escribiré sobre ninguna salida al exterior, sobre ningún mundo fascinante, ni sobre alegría, canto ni bailes. Hoy no existen las distracciones, solo un ensimismamiento en la imposibilidad. Conciencia pura de la realidad: me encuentro a más de catorce mil kilómetros de P., y a la cuenta regresiva aún le quedan dos meses. He evitado pensar en ello durante el mes pasado, la comunicación fluida con P. ayudaba bastante. Hoy siento que lo extraño. 

sábado, enero 27, 2024

"I want to break free
I want to break free from your lies
You're so self satisfied, I don't need you"

Bailo con alegría al escuchar a Queen, la banda sonora de la adolescencia de mi madre. En la oscuridad de la noche se me presenta un mensaje de libertad y renacer, tras largas horas evitando los impulsos de recurrir a P. Luego de tres semanas repletas de insistencia dependiente, empiezo a contemplar la distancia emocional como la única manera de brindarle calma a mi mente. Au revoir, P. 
A pesar de la relajación corporal nocturna, nuevamente me he desvelado. Esta vez ansiosa por salir al exterior, aunque mi primer pensamiento nada más abrir los ojos ha sido P. Recuerdo su mirada penetrante, su boca deseosa y el tono de su dulce voz, seguido de sus caricias y sus besos suaves. En algún tiempo remoto solía ser tan delicado y amable conmigo, pero ya nada queda de aquel hombre. 
Gemidos ahogados de placer mientras P. succiona mi sexo y yo el suyo, recorriendo su cuerpo con mis dedos. Latidos erógenos anhelando su entrada a mi mundo fantasioso. Quisiera ser acariciada (penetrada) muy dulcemente por ÉL. Un deseo que recorre mi ser anticipado e insatisfecho: entregarle mi vulnerabilidad a su poder. Temor intenso ante la posible frigidez que pueda sentir al ver mi desnudez. Fin del magín.
Salida anhelada al exterior. Tras unos pocos pasos, una mujer mayor menciona el nombre de P. en una conversación oída por mí. Al visitar el parque, una situación similar, esta vez una mujer le decía a otra "haz el bien sin mirar a quién". Pensaba cuán sorprendente puede ser el mundo. Enternecida con la imagen de una niña de unos cuatro años, con una vestimenta preciosa y una corona de ángel en su cabeza. La niña llevaba un cochecito con dos bebés de juguete a los cuales se detuvo para besar en la frente, haciéndole un comentario a su padre. Sentía que estaba viéndome a mí misma en mi más tierna infancia. Otra niña lloraba. Un bebé era paseado por su padre. He caído en la tentación de comprar una mezcla de aceites esenciales en forma de roll-on para descansar mi cuerpo y mente. Quizá los aromas de lavanda, espliego y camomila mejoren mi descanso, relajación y respiración. 
Segunda salida, esta vez acompañada. Cochecitos pequeñitos, bebés de juguete, niñitas jugando en la vereda. Necesidad de airear mis pensamientos insanos. Alucinaciones de un hombre puesto con morfina: otro hombre pintando el techo de color amarillo, una mujer vestida de luto barriendo hormigas; él atado de pies y manos, detrás armarios antiguos. Aparición de un hombre llamado P. en la cafetería. Suena El Canto Del Loco: "y a pesar de todo me pregunto ¿qué no di? y al vivir me oculto mis defectos para poder dormir".
Una escena fantasiosa aparece en mi mente: yo, sentada sobre el regazo de P. con las piernas abiertas, besando su boca. Luces tenues en la habitación, él comienza a desnudarme poco a poco, recorriendo mi torso con sus manos y sus labios, haciéndome cosquillas con su barba. Acaricio su espalda, me enfrento a sus ojos negros y le pido que se recueste en la cama. Una seguidilla de caricias y besos, apreciando su desnudez como tratándose de un lienzo en blanco, pintándolo con la mayor delicadeza posible. 
El día va llegando a su fin, el tacto del pijama en mi piel me produce un cansancio cómodo. No he llorado, he logrado transformar la angustia en bienestar y deseo. He disfrutado de la salida al exterior, observando los detalles de un mundo que ha logrado cautivarme nuevamente. He sonreído, he vuelto a bailar y cantar flamenco con entusiasmo, he recuperado una dosis de autoestima y la valía de la que me habló A. Hoy he vivido con todas las letras, sin necesitar a P. Queriéndolo con todo mi ser, pero respetando su espacio y el tiempo que he decidido darnos para proteger nuestra salud mental.

viernes, enero 26, 2024

Un libro que mantiene mi concentración durante algunas páginas antes de ser cerrado para ir en busca de otra distracción. Cartas escritas de pequeña a mis abuelos, expresando mi afecto; motivo de mi llanto efímero. La práctica del yoga después de más de un mes, haciéndome bostezar, estirando mi estresada mandíbula. Mi mente que se desapega y empieza a ser más racional con respecto a mis sentimientos por P. Iniciación a la lengua francesa. 
La ira insomne acariciándome la cara una vez más, el mismo aturdimiento de siempre. Imposible mantener una conversación con P., pues él ya se ha ido hace tiempo. Cinco de la mañana en punto: mi cuerpo se cansó de dar vueltas en el colchón. Nuevamente, la dualidad de la cama y el techo me persigue; dificultades para permanecer dormida y alcanzar el orgasmo. El silencio me empuja a contrarrestarlo con un sinfín de pensamientos tormentosos.
No es P. sino los grises de mi vida, ya no queda ninguna estrella a la cual aferrarme. El movimiento de una sombra como si fuera un columpio que algún Dios hamaca a su antojo. La quietud continua, pues el viento ha dejado de soplar, decidiendo que mis males se queden conmigo. A. diría, psicoanalíticamente, que asumir la imperfección de mi madre es lo que me despierta la ira triste e insomne. Se estará cobrando las noches angustiosas sin dormir; el tictac del tiempo me asusta, han pasado veinte años y la niña ha retomado su viejo hábito de llorar en busca de atención materna. 
"¿Por qué estás buscando una lágrima en la arena?", resuena la voz de Fito Cabrales y su Soldadito Marinero en mi mente. Suplicándole a P. que deje de quererme, su indiferencia afectiva me llena de furia. En realidad, como para no perder la costumbre, es un pedido silencioso al ángel femenino, empeñado en señalar mis defectos. Desentiendo por qué ninguno de los dos puede ver algo bueno en mí, condenándome a un trato carente de afecto. Debería cometer menos errores, ser infalible no es una opción. Quizá así deje de juzgarme, culpabilizándome por sentimientos ajenos. Vuelvo a la cama. 
Despierto con dolor en el pecho y dificultad para respirar normalmente luego de una imagen aterradora. Yo, con una puñalada en el corazón, en mis últimos instantes de vida. En la escena final, aparecía mi antiguo profesor de Lengua y Literatura, en una camioneta roja y sin patente. Un hombre desconocido sosteniéndome con fuerza en sus brazos mientras se debaten si llevarme a la guardia de un hospital o han llegado demasiado tarde. Yo, débil, entregándome a un desvanecimiento mortal. De pronto, una curiosidad: falta la herida de la daga en mi pecho y no hay ni una gota de sangre en mi vestimenta ni en el suelo. 
Necesidad de llamar urgentemente a mi psicoanalista, conciencia pura de saber que hay algo en mí que no funciona, cayendo lentamente en la locura. Una sensación de vacío interno que crece como un agujero negro, probablemente debido a la búsqueda frenética de satisfacción corporal. Mi madre cruza la puerta, dirigiéndose al exterior, y su partida momentánea me hace sollozar. Algo en mí se quiebra y resisto firmemente la tentación de lastimarme, en un instante de extrema vulnerabilidad. 
Intento planificar las próximas dos semanas, pues soy incapaz de salir al mundo sin antes concebir esa idea como una tarea a cumplir. A. me ha alentado a hacerlo teniendo en cuenta la salida exitosa al parque, pero un miedo intenso me abraza al reconocer mi inestabilidad emocional y la probabilidad de quebrantarme en cualquier lugar. Sin embargo, es posible que el lunes me encuentre en la playa, mirando el mar a la distancia, esperando su llamada. Y si soy muy optimista, la próxima sesión quizá la tenga en el puerto marítimo, deteniéndome frente a los cruceros.
La sensación de que soy incapaz de enderezar mi vida y todo irá a peor en cuestión de pocos días. Un profundo cansancio, un aburrimiento y falta de interés en general. Semanas tristes como fichas de un dominó de vidrios cayéndose uno encima del otro en una habitación oscura y espaciosa, mientras yo, en un punto fijo, escucho esos ruidos, temiendo que la finitud me susurre al oído; arrastrándome sin poder verme, implorando que ya no aguanto esta cotidianidad. 

jueves, enero 25, 2024

Luego de dos días en los que me he desvelado a las seis de la mañana, creyendo que mi sueño estaba regulándose, despierto en mi reconocida mezcla de ira triste. Sentada en el silencio de la madrugada, mientras mi ser, tenso, comienza a flaquear; una crisis que dura lo que un suspiro. 
En mi mente, un teje de palabras ya dichas mil veces por P. y por mí; un hilo negro enmarañado que gira alrededor de mi cerebro. Un intento fallido de amistad, pues veinte días de discusiones en las que expresaba mi afecto, mi enojo, deseo y tristeza han sido suficientes para darle ¿fin? a nuestro vínculo.
P. ha decidido ponerle punto final a nuestras largas e intensas conversaciones, donde fluía un río de erotismo mutuo, reciprocidad deseosa y cariñosa. Hoy, ningún rastro parece quedar de aquello que tanto bienestar ¿nos? generaba. Las disputas diarias ocupan toda mi memoria, recordándome que ya no.
El motivo "oculto" de mi malestar es el ángel femenino bueno, una figura que se presenta con su gracia mientras yo aparto, distante, mi mirada. Una desconexión emocional importante, carencia que ha marcado mi niñez llenándome de agujeros afectivos, amnesias traumáticas en su origen. 

Dependencia (de dependiente):   
2. f. Relación de origen o conexión. 
7. f. Situación de una persona que no puede valerse por sí misma.

Sinónimos o afines de dependencia: Adicción, necesidad, hábito, enganche.

Mi vínculo con P. refleja mi dependencia emocional, como si fuera una sustancia de la que estoy enganchada. No por el motivo fantaseado por él, es decir, mi enamoramiento; sino por el motivo real, mi pena originaria, valía inexistente. Mi apego ansioso es una contradicción en sí mismo.
Palabras derramadas sobre un cuaderno pálido mientras intento hacerle frente a la diversidad de mis emociones, contemplando una angustia solitaria que parece estar siempre al borde de la erupción. Pienso en mi situación actual, en cómo transito el correr de los días, sobre todo en la pena que me ahoga.
Tratando de no verter mis frustraciones sobre P. ni quedar fijada en el bucle de mis pensamientos negros. Queriendo conservar la calma de mi costado ansioso, deseando que llegue el lunes para tener sesión con A., quien será probablemente mi compañía en la playa, así como de mis aflicciones diarias.

lunes, enero 22, 2024

A. me definió como insomne, alegando que mis desvelos podrían tener como causa la salida al parque del pasado lunes. Enseguida aproveché mi oportunidad para responder que P. había aparecido en todos mis sueños -o mi madre disfrazada de P.-, pues la sesión anterior a estos episodios habíamos conversado sobre su función. Apenas tardamos unos segundos en dejar de lado a P. y darle protagonismo al ángel bondadoso femenino. 
"(Mi madre) me depositó (como si yo fuera un objeto) en la figura del psicólogo, ya que había en ella una imposibilidad (afectiva)" fue la frase que mi psicoanalista tomó, subrayó y repitió para resaltar mi capacidad de resumir dos cuestiones fundamentales en nuestro vínculo. Por un lado, mi madre, una mujer imperfecta, preocupada y, por consiguiente, sobrepasada, incapaz de poder ayudarme. Y por otro lado, yo, una niña que tomó el papel protagonista pasivo de ser depositada en el afuera por una carencia afectiva. La figura de un otro (profesional) al cual yo estaba negada, pues mi anhelo era que ELLA pudiera acercarse a mí y "curarme".
Una tranquilidad en mi pecho, luego de exponer pudorosamente mis iniciaciones sexuales por vez número... A., destacando mi inexperiencia a comparación de mi partenaire de aquel entonces. Yo, siendo objeto del placer de un otro y retrotrayéndome expresivamente al encuentro con P. Una similitud: yo, sentada sobre sus piernas. Esta vez, riéndome, escuchando su tono de voz calmado y satisfecho; una cortesía amorosa que me pacifica. 
Mis ojos se llenan de lágrimas al escuchar la expresión "que el otro no pueda demostrar su afecto no significa que seas defectuosa, no merecedora de ese afecto". Mi mente trae inmediatamente el rostro de P. y mi frustración al colocar en él una culpa, ya que, que sus dichos no condigan con sus acciones, no quiere decir que no me quiera; sino que, momentáneamente no puede cubrir mis necesidades afectivas. Al despedirme de A., yo viéndola borrosa conteniendo el llanto, me ha dicho que podría llamarla cuando la necesitara (una captación de mi hiperactividad).
Una tarde que pronto se hace noche, esta vez armada psíquicamente para enfrentar la oscuridad de mi vida. 
Un fuerte dolor de cabeza seguido de un mareo. Despierto por segunda vez cerca de las cuatro de la mañana. La infusión de valeriana, pasiflora y amapola no ha cumplido su propósito de favorecer mi descanso, más bien todo lo contrario. Igual que P., diciendo que me quiere mientras se aleja. Mi estómago vacío, mi mente poblándose de problemas como las nubes en el cielo, mis lagrimales confundidos entre la pena y el enojo. Desesperación y culpa por no poder ofrecerle a mi cuerpo la calma que merece. Hastío, hartazgo.
He abierto un libro de mi madre, marcado en una página que, sobre los síntomas físicos del cortisol bajo, rezaba: "Se produce un cambio en los patrones del sueño, irritabilidad, tristeza, incapacidad para el disfrute, apatía y abulia (...) La ansiedad permanente es la puerta deslizante hacia la depresión". Me sorprende que durante más de un mes la portada de ese libro haya estado frente a mis ojos y sea éste el momento en que esas palabras hayan llegado a mí. Brindarle demasiada preocupación a P. sobre su ánimo me ha hecho olvidar de mis problemas. 
Me he despertado frecuentemente en la madrugada, con una ansiedad notoria. Cólera al enfrentar el día luego de una semana de insomnio e inapetencia. Finalmente, luego de mediodías húmedos, cielos grises y clima álgido, el sol no necesita esconderse de ninguna nube. La indigestión se ha convertido en un atracón salado y dulce hasta la saciedad. Al parecer, el cielo claro o la sesión próxima con A. han abierto mi apetito nervioso, en un esfuerzo por intentar controlar mi impulso hambriento.
Me he llenado de ira y la he desfogado contra P., como si en la tarde de ayer no me hubiera quebrantado desconsoladamente. Me indigna su falta de interés hacia mi persona, mis sentimientos y mi estado anímico. Ningún rastro de importancia, pues se adora excesivamente a sí mismo y su afecto insuficiente no le permite registrar lo que me pasa. En realidad, estoy describiendo a mi madre, experimentando la repetición de una carencia conocida. P. juega el rol de ambas ya que, por otro lado, me anula, me rechaza y menosprecia; asemejándose a mí en mi trato con mi madre. Sin embargo, mi apego por P. es apasionado. 

Querencia:
1. f. Acción de amar o querer bien. 

domingo, enero 21, 2024

La textura del falo erecto desnudo de P. en mi boca, desprendiendo el elixir de la pasión saciada. Sus dedos suaves acariciando la humedad de mi sexo, entre mis piernas su mirada deseosa, sus labios mojados. La profundidad de mi ser siendo penetrada lentamente por su dureza, fundidos en un abrazo sudoroso. Mi cuerpo frágil rendido ante su delicadeza, contemplando los detalles de su rostro esculpido, mis manos rodeando su cuello. Suspiro por ÉL, una mezcla de afecto y vibraciones placenteras. Corona un beso intenso y vehemente, rozando sutilmente su espalda; observando su semblante calmo y satisfecho. 

sábado, enero 20, 2024

El puñal en mi pecho se transformó en una pluma blanca acariciándome. P. resaltando mi hermosura invisible y expresando su afecto hacia mí. Yo, despertando en la fría madrugada debido a mi inconsciente, acostumbrado a interrumpir mi descanso. Un hombre desnudo incrustado en mis fantasías eróticas, un día más tachado en el calendario. ¿Mi falta de disfrute tendrá que ver con la imposibilidad física de ver a P. durante dos meses más? Pienso en ese posible reencuentro de caricias suaves y besos apasionados. Es lo único que extraño de Buenos Aires, el motivo por el cual quisiera adelantar mi vuelta y terminar con esta distancia kilométrica que nos separa.
Es curioso que, de repente, todas mis preocupaciones aparezcan al imaginar la desnudez de P.: aquel hombre dispuesto al acecho, impidiéndome salir a la calle; y todas sus consecuencias. Mi miedo más profundo es que el hombre invisible me lastime, y mi mayor deseo es intimar con P. ¿Será mi sexualidad la mayor causa de mi sufrimiento? Mis temores aquí han disminuido considerablemente, quizá gracias a la presencia de mi madre, reduciendo mi soledad. El ángel que me desvela bien podría ser P., o mi madre, ya que desde el lunes no he tenido ni siquiera una noche de paz. Desde el alejamiento de P., me encuentro diariamente con mis pensamientos caóticos. El anhelo de volver a verlo esconde la imposibilidad de sentir el afecto de mi madre pero sí el de un hombre que me mira con ternura. Sueño con J. L. peinando mi pelo como si fuera P. En mi mente, Bebe comienza a cantar "una vez más, no, por favor, que estoy cansada y no puedo con el corazón". J. L. es el culpable de mis dificultades sexuales. 
Oigo el ruido del motor de un avión que sobrevuela el cielo negro sobre mí; al parecer, una burla del clima y la compañía aérea, empeñados en recordarme que hoy tampoco viajaré a Buenos Aires. Mi reflejo en la ventana bebe una taza de chocolate caliente. Al girar a la derecha, una figura de la estatura de ÉL me hace suspirar como si fuera posible tenerlo tan cerca. Quisiera decirle a P. que lo amo, aunque hoy ni siquiera hemos cruzado una palabra. Paul McCartney entona "Let It Be", mientras las gotas de la llovizna se secan por el viento que golpea el vidrio del auto de mi padre. Me pregunto si esta noche se romperá mi racha de mal sueño y lograré descansar. Probablemente sea lo primero que le cuente a mi psicoanalista el lunes.

viernes, enero 19, 2024

He bajado más de un kilo y medio de peso en estas últimas tres semanas. Despierto de madrugada con náuseas, habiendo soñado con P. y recibiendo una respuesta suya después de tres días. Además de las dificultades que he mencionado, toca agregar a la lista disfunción alimentaria. De no ser por mi neurosis, mi cena bien podría haber sido cuatro vasos de lágrimas. Debilidad en mis movimientos, falta de aire, cansancio en mi vista. Un cielo grisáceo colmado de pájaros negros que, a lo lejos, parecen moscas revoloteando en mi comida. 
He tenido un sueño extraño esta mañana, luego de evitar contestarle a P. cómo estoy. Me dirigía a una presentación musical suya, y como si se tratara de un cambio de escena psíquico, entraba en un comedor. En una de las sillas, una mujer de piernas abiertas tocaba su cuerpo con los ojos cerrados. Inmediatamente se generó una tensión entre ambas; ella cesó pudorosa y yo empecé a recoger los cubiertos limpios de una mesa larga. Primero sostuve quince tenedores en mi mano pequeña, y luego, mientras guardaba los cuchillos, me recorría la envidia de no poder ser ella. Al despertar, mi libido desapareció a causa de P., quien alega no castigarme por mi afecto.
La longitud de las horas me agobia, esperando la noche para que mi inconsciente me impida descansar. Quizá no estoy tan lejos de ser la mujer con las manos en posición de rezo en la barandilla del balcón aledaño. De la que sí estoy distante es de la mujer que sostiene un teléfono en su oreja derecha y mueve su brazo izquierdo al hablar con entusiasmo. ¿Qué pensarían al ver mi triste imagen mientras escribo en el sillón? Me pregunto si alguien podrá ser capaz de interesarse por mis sentimientos, percibiendo que alguna, más bien diría muchas partes de mí, no están funcionando como se supone que deberían.
Una mujer vestida de luto contemplando el abismo desde su décimo piso y yo desde el primero. Sospecho que mi pérdida de satisfacciones se relaciona con una posible anhedonia, generada por la ansiedad. Los signos y síntomas más comunes son: tristeza, desesperanza, fatiga, falta de energía, pérdida del apetito, alteración del patrón del sueño y dificultad de concentración. ¿Caeré en las garras afiladas de la depresión o será un período que superaré con la ayuda de A.? Me inclino por la segunda, pues como Gardel, "guardo escondida una esperanza humilde que es toda la fortuna de mi corazón".

jueves, enero 18, 2024

"Me estoy volviendo loca por un hombre", pienso, y abro con fuerza una canilla que empapa mi pierna izquierda. Un sueño me ha hecho despertar en la punta más alta de mis nervios: P. mostrando rechazo hacia mí y afecto hacia su ex pareja. La aparición de otras mujeres seducidas por él me ha enfurecido como nunca, siendo la segunda vez en la madrugada que me desvela mi obsesionado inconsciente. Un sentimiento de confusión que me hace dudar de mis intenciones: ¿serán los celos el mayor indicio de mi enamoramiento o un simple reflejo de mis inseguridades?
He leído su nombre en las noticias del autobús y en la televisión, creyendo en las señales que podrían reencontrarnos. He sentido un exagerado deseo de intimar carnalmente con él durante todo el día. Hoy, solo percibo la imposibilidad marcada de los primeros tiempos, la sensación de que ya nunca volveré a verlo y todo ha sido culpa mía. Mi madre ha dicho que por las noches me convierto en un murciélago, refiriéndose a mis dificultades para permanecer dormida. Más bien diría que soy una joven con un alto grado de locura que necesita curarse urgentemente, es decir, ser curada de mi abstinencia por A. 
"Estoy enloqueciendo por el silencio", pienso racionalmente, ya que P. no es más que un hombre que, al igual que el sol, puede desaparecer en un instante. No es la ausencia de P. la causa real de mi sufrimiento, sino un títere al que le deposito mis frustraciones. Es mi silencio quieto y estancado la causa última de mis dificultades sociales, sexuales, del sueño y el miedo a salir al exterior. Tuve un sueño curioso en el que el fantasma de J. L. me acompañaba caminando por la calle y yo pensaba contárselo a mi psicoanalista como un logro. Me sigue sorprendiendo que aún no me haya echado a llorar esta semana.
Hace días no escucho flamenco, pues el canto adolorido me quiebra, recordándome que P. se ha ido al ritmo de "Soy Gitano" (Camarón de la Isla). Puedo estar a solas con mi mente sintiendo una enorme tranquilidad reflejada en mi ritmo cardíaco, atribuyéndoselo a la sesión del lunes frente al lago. Aún así, la cama se ha convertido en el lugar donde mis pensamientos giran de un lado hacia el otro. El sol intenta esconderse pero sigue visible tras las nubes, sonrío. En el día de ayer no he cruzado palabra con P., lo cual me hace sentir que no me queda nada por decir, nada por hacer.

miércoles, enero 17, 2024

Una mujer en el autobús escuchaba una canción de La Húngara titulada "Es un Bandolero". Finalmente, salí con mi madre; nuestra imagen caminando bajo la llovizna parecía digna de un cuadro. Sostenía un paraguas que no me cubría del todo, buscando mi complicidad mientras yo esbozaba una sonrisa, pensando en mi situación actual con P. y prefiriendo las gotas frías sobre mi frente. De repente, sentí un profundo cansancio, como si estuviera por dar mi último suspiro. Mi cuerpo reclamaba la comodidad de una cama, haciendo esfuerzos por mantenerme erguida ante las luces y la gente. Al volver a casa y recostarme, mi padre vino a saludarme, una presencia efímera cuya voz apenas escuché antes de que se fuera. 
He estado reflexionando sobre el rumbo que tomará mi vida en unos meses, casi convencida de que no volveré a ver a P., sumiéndome en una rutina triste similar al "fenecer" del que hablé el lunes. Últimamente he sentido el abrazo pegajoso de la desesperanza, los días se hacen cada vez más lentos, las madrugadas me despiertan inquieta y mi existencia se vuelve penosa. Mi hermano me sorprende tarareando "High and Dry" de Radiohead al otro lado de la habitación. La estrella más brillante parpadea como un guiño del destino, ya que debe ser una canción escuchada infinitas veces por P.
Intentos fallidos y frustrantes de recordar acontecimientos de mi infancia. Desearía que dejaran de aparecer imágenes o anécdotas contadas por otras personas, apelando a mi memoria traicionera y olvidadiza. Jugando a cocinar a los cuatro o cinco años, en el silencio del comedor de mi hogar. Bebés de plástico y juguetes reemplazando a niños de carne y hueso. El tacto de tres bolitas coloridas del tamaño de mi palma, jugando mientras me bañaba. Construyendo castillitos de arena y temiendo al mar. Tardes de aburrimiento pintando dibujos y aprendiendo a escribir. Mi madre era una princesa y mi padre un príncipe devenido en ogro.
En mi sueño, P. dedica palabras de reconciliación a su ex pareja, mientras yo cargo una maleta con objetos cortantes, una metáfora del almacenamiento de traumas en mi psiquis. Llegando una semana tarde a Buenos Aires, donde alguien dejó de existir mientras yo no estaba. Despierto con dolor de cabeza, mi cuerpo frágil y pesado. Podría sorprender a mi psicoanalista desde la Playa de Huelin, una necesidad visual de observar primero el lago y ahora el mar; aguas tranquilas que calmen mi mente. Números angelicales por doquier. Un pájaro diminuto sobre una rama fina, cuyas hojas despobladas se mecen rápidamente por el viento; un reflejo de mis pensamientos movedizos. Nubes huyendo, tornando el cielo gris. 
P. ha sido tajante pidiéndome que lo olvide, quizás la razón por la cual persiste en mi memoria el tono de su dulce voz, el sabor de sus labios, su mirada seductora, su risa suave, sus brazos fuertes, su desnudez, su afecto y su silencio ante mi repregunta. ¿Se olvidará él de mí? Es un misterio. ¿Por qué no puedo desistir ante la idea de que este no es el capítulo final de nuestra enmarañada historia? ¿Qué sucederá cuando llegue el fin de la distancia? ¿Volveremos a conversar sobre nuestros sentimientos, demostrándonos el cariño que nos tenemos? ¿Será ésta una lejanía momentánea o definitiva? 

martes, enero 16, 2024

La inanición se convierte en la causa de mi desvelo, una sensación de vacío estomacal acompañada de conflictos internos que surgen en mi mente como monólogos. Sorprendentemente, no encuentro lágrimas; ¿será que las gasté la semana pasada, que las palabras me aliviaron o que mi corazón se acostumbró a estar rodeado de dagas?
Ayer, finalmente, visité el parque. Vi tortugas, patos y cisnes blancos, experimentando una felicidad indescriptible al observar a personas mayores y niños jugando en la plaza. Sentada en un banco frente al lago, me sentí emocionada por haberlo logrado después de tanto desearlo.
La llamada de A., mi psicoanalista, llegó como cada lunes. Distinguía los árboles detrás de mí, como si fuera parte de una pintura, y me preguntó si estaba en el parque. Una sonrisa se mantuvo en mi rostro durante toda la sesión, con A. felicitándome constantemente.
La imagen de P. surgió cuando indagó sobre mi semana pasada. Asumí mi dependencia emocional, usando la palabra "originaria" para describir mi soledad. Me he referido al fenecer como la nada misma, dos palabras escritas en las notas de A., quien ha descubierto mi disfraz lingüístico. He dicho que mi madre es un ángel, utilizando el mismo término que para llamar a P. ¡Bingo! Todo este tiempo he necesitado una figura materna que me brinde protección.
Aunque mis tejes mentales anticipaban esta asociación, he culpado al hombre malo, descuidando a la mujer buena. Descuidar, en cuanto a dejar de prestarle atención, pero ella me ha descuidado, en cuanto a no cuidarme. A. resaltaría la importancia del lenguaje y la comprensión de los términos utilizados por cada una. Sin duda anotaría esta nueva palabra: descuido, si es que no lo ha hecho ya. Mi madre me ha descuidado. 
A. abordó recuerdos de mi infancia, mencionando la amnesia disociativa, la pérdida de memoria originada por un acontecimiento traumático. Lagunas me impiden recordar la primera mitad de mi vida, seguida de depresión y conductas autodestructivas a partir de la segunda mitad. Una lucha contra ángeles y demonios impiadosos, sus espadas están demasiado afiladas.
Agujeros afectivos me han llevado al aislamiento, con dificultades persistentes para vincularme emocionalmente. La falta de figuras que cuiden mi psiquismo en edades tempranas ha dejado cicatrices profundas. Ridiculización, desvalorización de mis emociones, desentendimiento de una pena originaria, falta de comprensión y cuidados psíquicos vitales.
A. elogió la importancia de la sesión, aunque al principio no entendí completamente. Me limité a asentir y mirar sonriente hacia el horizonte. Ahora, sola con mis pensamientos de madrugada, comprendo el significado profundo del mensaje que descifró. Hemos llegado a conclusiones muy avanzadas luego de casi cinco meses de terapia. 
Aún sin terminar de comprender los sentimientos de P., la frase "nunca seré su mujer y él nunca podrá ser mi hombre" resonaba en mí. La mentira que me creé para sobrellevar la distancia con P. llegó a su fin. La idea de mantener una relación afectiva se ha esfumado de la noche a la mañana, pareciéndome ilógica, carente de sentido y fantasiosa. Él, un hombre de treinta y cuatro años, separado y con un hijo. Yo, una joven de veintitrés, amnésica. Aparición de un número divino, así como aparece en P. la idea de que el amor ya no tiene nada que ofrecerle. 
El mensaje de mi madre, invitándome a salir, intentando rellenar un agujero, pues ahora es fácil verlo y echarle la culpa. Al ángel le crecieron colmillos y su vestimenta blanca pura se ha teñido de rojo. La numerología hace de las suyas, y las nubes en el cielo formando un falo me recuerdan que mi psicoanalista ha jugado al menos dos veces la carta de la cama y el techo, una combinación descrita por mí como la hora de la soledad silenciosa y el aburrimiento angustioso. 
Mi refugio me ha permitido subsistir al borde del precipicio, a punto de saltar al vacío total, hiriéndome para sentir algo. Pienso en todo lo que ha soportado mi frágil corazón y mi mente disociativa, despertando la imagen de un puñal en mi pecho, clavado por mí en posición fetal. Mi psicoanalista me ha preguntado hace algún tiempo si extraño a mi madre; sí, la he extrañado cada día de las últimas dos décadas.

domingo, enero 14, 2024

He confesado mi amor a P., y a la distancia, siento sus nervios temblando. Una mujer canta flamenco en la lejanía. Pienso en el tiempo que nos he engañado. Nuestras palabras me impiden conciliar el sueño; mi cuerpo gira incómodo de un lado al otro de la cama. Cuando finalmente lo consigo, despierto a las pocas horas, y una inquietud recorre mi ser, más bien una sospecha, un interrogante: ¿será la reacción de P. una muestra de reciprocidad? Un campo de flores se deshoja en la boca de mi estómago. La numerología de la hora actual, 5:55 de la mañana, indica una buena señal del advenimiento de una relación significativa. Mis palabras, también cinco. Sonrío al pensar en este detalle. 
Inesperadamente, ocurre mi segunda salida en casi un mes. Camino sola por la tarde oscura y las calles húmedas, mientras me recorre un intenso sentimiento de persecución. Dos figuras se dibujan a lo lejos, como sombras: mis padres. En mi rostro, alegría, alivio y emoción, como si no los hubiera visto en años. Quizá este recuerdo me acompañe como amuleto al salir mañana. Quiero sorprender a mi psicoanalista desde un espacio nuevo: el parque. Quiero enfrentarme al lago, aunque hoy, mi ansiedad me ha llevado a imaginar un posible secuestro. Si no le planto cara a mis peligros, jamás podré estar con P. Si aquel hombre que me persigue en todas mis desgraciadas fantasías persiste dispuesto a hacerme daño, acabaré sola y triste, más aún.
Recuerdo el dedo índice izquierdo de P. rozando suavemente mi sexo, mientras un gemido cortante acaricia su oído. Me pregunto si volveré a verlo, y el ansia logra mezclar nuestro pasado y único encuentro con una pizca de imaginación de cara al ¿próximo? ¿Su mirada denotará cansancio y debilidad o ganará su felicidad por verme? Imagino sus brazos fuertes estrechándome contra su cuerpo, fundiéndonos en un abrazo desesperado, sin necesidad de decir que nos hemos extrañado. ¿Hablaremos finalmente de nuestros sentimientos? Una sonrisa estampada en su rostro, que pronto me deja oír su voz calmada. Un beso apasionado sin mediar palabra, mis manos rodeando su cuello, una agitación que me impide respirar con normalidad. ¿Lograré decirle que lo quiero? 

sábado, enero 13, 2024

Tratando de contactar a P., imágenes blancas se me imponen, y la imposibilidad de obtener una respuesta me asfixia. 
Dos seres malignos, atados con cordones, al otro lado de la puerta entreabierta de mi hogar. En el sobresalto de lo acontecido, mi pensamiento se dirige hacia P. Un cuerpo adolescente bello, unas tumbas diminutas. Observo cómo otros han sido víctimas de torturas físicas, látigos en torsos desnudos, miradas perdidas, cabezas rapadas, shock mental. Yo, indemne. Un hogar inseguro, figuras paternas desvaneciéndose del escenario. Yo, sumida en desesperación ante mi soledad, solo puedo recurrir a un hombre, solo puedo confiar en él. Automáticamente me estrello contra una pared imaginaria, o diurna, ya que ese hombre no puede socorrerme, de hecho, ni siquiera debería ser quien lo haga. 
Yo, viajando en avión, quizás reflejando mi deseo de estar físicamente junto a P. 
Finalmente, despierto. La palabra "desviación", utilizada por A., vuelve a mi mente. No puedo sostener la mirada de mi padre. Mi visión se pierde como si mi sueño fuera un espejo, una luz que titila. Siento que jamás seré suficiente para P. Jamás mi piel será tan suave para sus dedos, sino áspera como una lija. Engañé a mi mente, pues el recuerdo de sus labios húmedos me punzaba el estómago. El perfil de su rostro aparece cada vez que cierro los ojos, provocándome una mezcla de placer y dolor. Mi boca degusta el sabor de su piel, sensibilizándome. Un agujero en mi cabeza deja ver parte de mi cráneo, donde se instalan pequeñas mosquitas que se alimentan de mi sangre lujuriosa e impura. De repente, soy consciente de mis latidos, mi respiración profunda, mi sexo suplicando a P., y mis lagrimales deseando precipitar el llanto. Sentimientos confusos, extremos, debilidad física. 
Quisiera cubrir mis manos y mi rostro con un velo. Ocultar mi cuerpo donde nadie lo vea, ni siquiera P., ni yo. Tapar cada imperfección con parches oscuros, metros de tela rígida girando sobre mí. Pronto me asfixia y logra desvanecerme, y nada mío existe ya, ni el recuerdo. Lágrimas del cielo borran lo textual de mis fantasías. No queda rastro del afecto que albergo por P. y mi alma se libra de los placeres terrenales.

viernes, enero 12, 2024

Un ala negra intenta invadir mi garaje, mientras yo canto con intensidad el estribillo de "Amor se llama el juego" de Sabina. El despertar más temprano, seguido de un desfile de jóvenes: yo, buscando aprobación. La irritación en mi rostro, desfigurada en la realidad como una mancha bajo mi ojo izquierdo.
Ha pasado una semana desde la disputa con P. Hoy, su respuesta llega: necesita tiempo solo. Una luz se apaga lejos. Otra tarde se desvanece mientras la soledad me acompaña. Esta vez, me aferro a la esperanza de que pronto, mi conexión con P. mejore. Un Buda iluminado, probablemente solo una lámpara sin forma. Mi mente se alivia finalmente después de una larga espera.
Si P. quisiera estar conmigo después de sanar su corazón, debería estar preparada. Debería poner todas mis penas sobre la mesa, especialmente el complicado vínculo con mi figura paterna, un tema recurrente que refleja mi dificultad para establecer relaciones, incluso con P. ¿Cómo podría amarme? ¿Por qué me elegiría a mí entre tantas mujeres? Los celos, mencionados hoy como tiernos pero criticados antes, persisten en esta misma línea. Quizás, en el fondo, deseo que P. me ame exclusivamente a mí, una manifestación de mi dependencia emocional, buscándolo incansablemente para validar mi existencia. 
Las inseguridades constantes sobre mi cuerpo y el temor a que P. me vea desnuda revelan pensamientos pudorosos. Sigo sintiéndome pequeña, débil, impura y rota. El miedo a su rechazo y falta de erotismo prevalece en mi mente. 

jueves, enero 11, 2024

La noche oscura me impulsó a despedirme de P., lo envolvió en mi sueño como una neblina y hoy también fue mi primer pensamiento en la mañana. Joaquín Sabina con su "Ruido" viene a mí.
En mi muslo derecho, las gotas caídas de mi pelo forman una mancha: un pie de recién nacido con un dedo que, deformado, se asemeja a un órgano masculino.
La angustia me invade cada día que mi madre sale de casa. Dentro de mí, persisto siendo una niña que necesita atención materna. Una pena me estruja el corazón, ya que en lugar de hablar con P., es ella a quien debería acercarme. La presencia de P. en mi vida, hasta el sábado pasado, no fue más que una distracción de mis verdaderos conflictos. Fue su afecto el que colmó mis días, y su seducción un juego que me atrapó hasta explotar mi bienestar. Hoy, igual que ayer, ya no quedan restos de aquello, sino de una distancia que nos separa y lo seguirá haciendo algunos meses más. 
Ojalá P. pueda sanar su herido corazón, al igual que yo pueda trabajar en las emociones despertadas con su alejamiento. Y si nuestro afecto permanece, ¿podremos estar juntos? ¿Y si esta es una oportunidad para unir nuestros destinos?
Tengo que salir, sola, antes de tener sesión con A. el lunes. Quizá mañana. Tengo que acudir al llamado del lago que me espera, o al del mar. Estar en contacto con la naturaleza podría aliviar mi malestar. El encierro está siendo mi refugio, en el que colapsan las distracciones, es el mecanismo que elijo siempre para cuidarme y soportar la soledad de maneras agradables. Mi rutina sigue siendo la misma que en Buenos Aires, salvo algunos días excepcionales. Siento que haberme propuesto cambiar y tener avances terapéuticos, en cuanto al viaje o al nuevo año, fue en vano; el día a día se asemeja mucho a lo que solía hacer hace tan solo un mes atrás. Ya que no he tenido más que una salida al exterior, no puedo determinar hasta qué punto ha mejorado mi nivel de ansiedad. Sé que a nivel inconsciente, evito enfrentarme a esa situación. 
Han transcurrido ya algunas horas del día, en las que he empezado a enfocarme en los conflictos que son ajenos a P. Y si bien todo mi ser lo extraña y quisiera que volviera en este preciso momento, sé que no puede, y yo tampoco. Pero comienzo a fantasear con el día en el que podamos conversar nuevamente, en el que ya no exista tal distancia emocional, ni tampoco física. El sol, iluminando mis pensamientos.

miércoles, enero 10, 2024

He soñado con las palabras confusas de P. Despertar ha sido una desgracia. Una sanguijuela me ataca el costado izquierdo del torso. Pérdida de interés hacia mi nueva cotidianidad. Estar aquí o en Argentina, viva o muerta, daría lo mismo. Siento como si estuviera acariciando la barba de P. en este instante. Si algo tengo claro es que no es el culpable de mi estado de ánimo y mucho menos de mi dependencia emocional. La soledad que atravieso día tras día, viendo venir la oscuridad, es mi gran problema. Además, se han hecho presentes mis dificultades sexuales. Y la imagen de mi padre se ha tornado un tanto oscura. 
Nuevamente, encuentro una porción de refugio en la pintura, la música flamenca, la escritura y las películas cómicas. Desde la discusión con P., he llorado cada día, notando su ausencia y su lejanía. Probablemente no vuelva a ser mi refugio afectivo. Desearía tanto llamar a A. mañana, con la excusa de una sesión de urgencia, como tratándose de una operación a corazón abierto. Siento que la profundidad de mi ser está aún conmovida, esperando que la partida de P. sea solo un mal sueño, como el de hoy a la mañana. Desearía dejar de trasladar mi vínculo conflictivo con mi padre y hacer las paces con P., si no fuera demasiado tarde. 
Observo a una mujer, vestida de blanco puro, en una de las ventanas que, enfrente, tiene la luz encendida. Desearía ser yo, con una túnica puesta, contenta de estar conmigo misma, hinchándome el estómago de dulces deliciosos. Pero, en su lugar, vestida de luto, observo a la mujer purificada, sin descifrar qué hace ni poder ver su rostro completamente. El cielo se torna rosa celestial, siendo la hora en la que los pájaros vuelan a montones, y la luz del día va despidiéndose de mí, otra vez, como si solo pudiera esperar luego un cielo negro, un ángel maléfico en mi balcón, una luna que sonríe monstruosa, una amenaza del viento helado. 
Me gustaría ser la mujer del apartamento lejano, y no esta que soy. Quisiera que la oscuridad no llegara nunca, o más bien, que llegara para quedarse eternamente, así no podría escuchar las sirenas de la ambulancia que se dirige hacia el fin de la vida. Me pregunto si esta racha de malos días acabará pronto, si podré hablar con P., si tan solo alguien quisiera escucharme, si me soltará la mano el karma de los condenados, o si ahora, por el tiempo perdido, me sostendrá con más fuerza. Me pregunto si podré disfrutar, si encontraré sentido también en la tristeza, si con el paso del tiempo sufriré menos. 
La noche se acerca, susurrante, prohibiéndome soñar, mientras me detengo en las imágenes polaroids pegadas en la pared del cuarto que alcanzo a ver a corta distancia. Yo, en su lugar, escribiría una letra pequeñita, o dibujaría un ángel bueno.

martes, enero 09, 2024

El encuentro con P. comienza a desdibujarse en mi mente, siendo ahora un hecho dudoso. Pudo haber sido producto de mi imaginación ilimitada y detallista, o bien, el recuerdo de su mirada penetrante, me inquieta a la vez que me desborda.
Gotas resbaladizas sobre alcantarillas, túneles profundos que me llevan a la angustia mientras el cielo pálido me enceguece y el frío se me cuela en la garganta. Manchas negras pequeñas movibles que no son más que pájaros solitarios y tristes en busca de refugio. Es decir, yo, en la madrugada, chocándome con una pared de diez mil ladrillos color azul negruzco, cayendo en un vacío finito que no es otra cosa que el fin. 
Convaleciente, un zapato animado talla cuarenta y dos pisa mi estómago despiadadamente. Simulo una posición fetal hacia el techo, pensando que pronto naceré y seré un hermoso pollito con lágrimas asomándose al balcón de los ojos. Mis extremidades inferiores serán ramitas frágiles, y mi cuerpito será delicado, suave y esponjoso, aunque viviré una corta vida, ya que mi tamaño se asemejará al pétalo de una flor muerta. 
Seré insignificante, incapaz de huir de la tormenta, y me crecerán, extravagantes, colmillos que me afearán enormemente, borrando cualquier rastro de ternura. Seré Drácula, o un simple jorobado vestido de luto, sentado esperando que llegue la vida.

lunes, enero 08, 2024

La desesperación acaricia mi pelo súbitamente al sentir que P. está muy triste y solo. Huyó de mí, extendiendo sus alas despiadadamente. Otra madrugada de desconcierto, con la mirada fija y suplicante en la estrella más brillante del cielo.
Intento respirar sin ahogarme en mi pena, procurando que mi ser esté entero y paciente, lejos de la locura y la inquietud que puedan atormentarme. No es momento de ser cobarde ni temerosa, sino fuerte y resistente. 
Despierto en las horas más tempranas, recién nacida, luego de que P. se instalara en mi sueño, una fantasía paralela en la que aún está aquí. Hay una piedra caliente en mi pecho, abierto de par en par, en carne viva, y ninguna forma ya de pedir perdón, tal como canta Pedro Aznar. Incesantes horas de inanición. 

domingo, enero 07, 2024

Yo, perdida en la madrugada. Primero acompañada, luego sola, corriendo por pasillos blancos y luminosos en un lugar cerrado, escapando de la mirada de J. L. Yo, temerosa.
Al despertar, una mano se posa en mi hombro, y yo, giro violentamente, aún atrapada en mi fantasía revoltosa y agitada. Mis párpados, cobardes, se abren aliviados al no encontrar un laberinto físico. En mi mente, resuenan "Quién me ha robado el mes de abril" de Joaquín Sabina y "Eres como un laberinto" de Camarón de la Isla.
Noche de largo sueño, a diferencia de la anterior, donde lágrimas manchaban la aurora como gotas de llovizna. En lo bajo de mi pecho, siento la falta de alimento, resultado de una huelga mental e inquieta.

sábado, enero 06, 2024

P. me rechaza, como si pudiera ver que en mi interior habita un monstruo desagradable, violeta y gelatinoso.
En mi mente resuena una palabra de A.: desviación. Un corte profundo en mi sien, una cascada de rojo que tiñe el blanco del suelo.
El aire se contamina con la presencia de una boca que me tiene en la punta de su lengua y en su dedo índice. Odio que habita en mis conexiones nerviosas, recorriendo mi existencia.
Anhelo la oscuridad de una venda eterna en mis delicados ojos, buscando refugio en el suave roce del aire que acaricia mi piel. Que mis párpados cierren sus persianas a todo lo conocido ya en este mundo.

miércoles, enero 03, 2024

Una niña juega en la entrada de su hogar. Sus zapatitos brillantes de jalea quiebran las hojas color ocre con formas de dinosaurios y ángeles que la rodean. Tanques de guerra en miniatura y soldaditos de cristal son sostenidos por la aspereza de sus dedos. Está inmersa en su mundo inocente, fantasioso y de cartón.