He abierto un libro de mi madre, marcado en una página que, sobre los síntomas físicos del cortisol bajo, rezaba: "Se produce un cambio en los patrones del sueño, irritabilidad, tristeza, incapacidad para el disfrute, apatía y abulia (...) La ansiedad permanente es la puerta deslizante hacia la depresión". Me sorprende que durante más de un mes la portada de ese libro haya estado frente a mis ojos y sea éste el momento en que esas palabras hayan llegado a mí. Brindarle demasiada preocupación a P. sobre su ánimo me ha hecho olvidar de mis problemas.
Me he despertado frecuentemente en la madrugada, con una ansiedad notoria. Cólera al enfrentar el día luego de una semana de insomnio e inapetencia. Finalmente, luego de mediodías húmedos, cielos grises y clima álgido, el sol no necesita esconderse de ninguna nube. La indigestión se ha convertido en un atracón salado y dulce hasta la saciedad. Al parecer, el cielo claro o la sesión próxima con A. han abierto mi apetito nervioso, en un esfuerzo por intentar controlar mi impulso hambriento.
Me he llenado de ira y la he desfogado contra P., como si en la tarde de ayer no me hubiera quebrantado desconsoladamente. Me indigna su falta de interés hacia mi persona, mis sentimientos y mi estado anímico. Ningún rastro de importancia, pues se adora excesivamente a sí mismo y su afecto insuficiente no le permite registrar lo que me pasa. En realidad, estoy describiendo a mi madre, experimentando la repetición de una carencia conocida. P. juega el rol de ambas ya que, por otro lado, me anula, me rechaza y menosprecia; asemejándose a mí en mi trato con mi madre. Sin embargo, mi apego por P. es apasionado.
Querencia:1. f. Acción de amar o querer bien.