05:05 a.m.: despierto ansiosa, con P. dándome vueltas en la cabeza. Es tiempo de dejarlo ir. Je suis seule. P. est un homme parfait. Dos semanas de madrugadas insomnes, día tras día la misma escena, escribiendo en el sillón mientras el cielo sigue oscuro y alumbra la luz de un farol. Una luna que se deja ver tras una fina capa de nubes, pensamientos agitados acerca del planeamiento de mi próxima salida. Un propósito a cumplir, una tarea que necesito tachar de la lista. Dos ventanas luminosas me acompañan a lo lejos mientras me culpo por desear a P., la luna se hace invisible. Una resequedad cortante entre mis dedos, un frío que me hiela, un picor estresante en mi torso y espalda alta.
El plan de visitar la playa se vio truncado debido a una desviación en mi camino, una propuesta inesperada de mi madre. Salida con ella, luego sola. Así he venido a la vida y así me marcharé. Camino unos pocos kilómetros de regreso a casa, escogiendo tornar siempre de la misma manera. De repente, una sensación de peligro inminente, rogando un retorno seguro. Finalmente, llega mi tan ansiada sesión con A. Entusiasmo al relatar mis salidas, al borde de la hiperactividad, pisando mis palabras para quitarme un peso de encima con rapidez. Obligación de realizar un planeamiento para poder salir, A. piensa que eso me ayuda y está bien. He podido despejar mi mente, algo extremadamente necesario.
P. no tarda en hacerse presente, al preguntarme mi psicoanalista por el tiempo que resta para volver a Buenos Aires. Dos meses, respondo, expresando mi ansia por volver a verlo. Lo que siento por P. es una mezcla de afecto y deseo sexual. No puedo hacerme cargo de sus sentimientos ni interpretaciones. P. dice que me quiere de verdad y yo le respondo que lo quiero mucho, pero mucho. No quiero tener una relación con él ni con nadie, pues mi ira triste esconde un vacío emocional profundo que me quema.
Como era de deducir, ese vacío se debe a las dificultades afectivas de mi madre. Falta de registro, de acercamiento; carencias cubiertas de chistes. La imposibilidad de P., un reflejo de mi dolor originario. No están bajo mi control los sentimientos ajenos ni sus maneras de expresión, ni los dichos ni los actos impropios. No puedo hacer más por P. ni juzgar los fallos de mi madre. No puedo hacer más que contemplar la daga invisible clavada en mi pecho, trabajando mis dolores y afectos. No puedo hacerme cargo de nadie más que de mí.
Un día entero sin alimento, tras la conversación con A. un apetito voraz seguido de un atracón. Secando mis lágrimas, calmando las rojeces de mi rostro. Después de algún tiempo, he vuelto a llorar en sesión, recordándome en el inicio, descargando una acumulación de tensión emocional. Una tranquilidad absoluta, sonrío genuinamente. Mi cuerpo se relaja, siendo las 21:21 p.m. Aquí finalizará el día de hoy, pensando cómo combatir mi vacío sin aferrarme a P.