lunes, enero 08, 2024

La desesperación acaricia mi pelo súbitamente al sentir que P. está muy triste y solo. Huyó de mí, extendiendo sus alas despiadadamente. Otra madrugada de desconcierto, con la mirada fija y suplicante en la estrella más brillante del cielo.
Intento respirar sin ahogarme en mi pena, procurando que mi ser esté entero y paciente, lejos de la locura y la inquietud que puedan atormentarme. No es momento de ser cobarde ni temerosa, sino fuerte y resistente. 
Despierto en las horas más tempranas, recién nacida, luego de que P. se instalara en mi sueño, una fantasía paralela en la que aún está aquí. Hay una piedra caliente en mi pecho, abierto de par en par, en carne viva, y ninguna forma ya de pedir perdón, tal como canta Pedro Aznar. Incesantes horas de inanición.