viernes, enero 12, 2024

Un ala negra intenta invadir mi garaje, mientras yo canto con intensidad el estribillo de "Amor se llama el juego" de Sabina. El despertar más temprano, seguido de un desfile de jóvenes: yo, buscando aprobación. La irritación en mi rostro, desfigurada en la realidad como una mancha bajo mi ojo izquierdo.
Ha pasado una semana desde la disputa con P. Hoy, su respuesta llega: necesita tiempo solo. Una luz se apaga lejos. Otra tarde se desvanece mientras la soledad me acompaña. Esta vez, me aferro a la esperanza de que pronto, mi conexión con P. mejore. Un Buda iluminado, probablemente solo una lámpara sin forma. Mi mente se alivia finalmente después de una larga espera.
Si P. quisiera estar conmigo después de sanar su corazón, debería estar preparada. Debería poner todas mis penas sobre la mesa, especialmente el complicado vínculo con mi figura paterna, un tema recurrente que refleja mi dificultad para establecer relaciones, incluso con P. ¿Cómo podría amarme? ¿Por qué me elegiría a mí entre tantas mujeres? Los celos, mencionados hoy como tiernos pero criticados antes, persisten en esta misma línea. Quizás, en el fondo, deseo que P. me ame exclusivamente a mí, una manifestación de mi dependencia emocional, buscándolo incansablemente para validar mi existencia. 
Las inseguridades constantes sobre mi cuerpo y el temor a que P. me vea desnuda revelan pensamientos pudorosos. Sigo sintiéndome pequeña, débil, impura y rota. El miedo a su rechazo y falta de erotismo prevalece en mi mente.