He soñado con las palabras confusas de P. Despertar ha sido una desgracia. Una sanguijuela me ataca el costado izquierdo del torso. Pérdida de interés hacia mi nueva cotidianidad. Estar aquí o en Argentina, viva o muerta, daría lo mismo. Siento como si estuviera acariciando la barba de P. en este instante. Si algo tengo claro es que no es el culpable de mi estado de ánimo y mucho menos de mi dependencia emocional. La soledad que atravieso día tras día, viendo venir la oscuridad, es mi gran problema. Además, se han hecho presentes mis dificultades sexuales. Y la imagen de mi padre se ha tornado un tanto oscura.
Nuevamente, encuentro una porción de refugio en la pintura, la música flamenca, la escritura y las películas cómicas. Desde la discusión con P., he llorado cada día, notando su ausencia y su lejanía. Probablemente no vuelva a ser mi refugio afectivo. Desearía tanto llamar a A. mañana, con la excusa de una sesión de urgencia, como tratándose de una operación a corazón abierto. Siento que la profundidad de mi ser está aún conmovida, esperando que la partida de P. sea solo un mal sueño, como el de hoy a la mañana. Desearía dejar de trasladar mi vínculo conflictivo con mi padre y hacer las paces con P., si no fuera demasiado tarde.
Observo a una mujer, vestida de blanco puro, en una de las ventanas que, enfrente, tiene la luz encendida. Desearía ser yo, con una túnica puesta, contenta de estar conmigo misma, hinchándome el estómago de dulces deliciosos. Pero, en su lugar, vestida de luto, observo a la mujer purificada, sin descifrar qué hace ni poder ver su rostro completamente. El cielo se torna rosa celestial, siendo la hora en la que los pájaros vuelan a montones, y la luz del día va despidiéndose de mí, otra vez, como si solo pudiera esperar luego un cielo negro, un ángel maléfico en mi balcón, una luna que sonríe monstruosa, una amenaza del viento helado.
Me gustaría ser la mujer del apartamento lejano, y no esta que soy. Quisiera que la oscuridad no llegara nunca, o más bien, que llegara para quedarse eternamente, así no podría escuchar las sirenas de la ambulancia que se dirige hacia el fin de la vida. Me pregunto si esta racha de malos días acabará pronto, si podré hablar con P., si tan solo alguien quisiera escucharme, si me soltará la mano el karma de los condenados, o si ahora, por el tiempo perdido, me sostendrá con más fuerza. Me pregunto si podré disfrutar, si encontraré sentido también en la tristeza, si con el paso del tiempo sufriré menos.
La noche se acerca, susurrante, prohibiéndome soñar, mientras me detengo en las imágenes polaroids pegadas en la pared del cuarto que alcanzo a ver a corta distancia. Yo, en su lugar, escribiría una letra pequeñita, o dibujaría un ángel bueno.