miércoles, enero 17, 2024

Una mujer en el autobús escuchaba una canción de La Húngara titulada "Es un Bandolero". Finalmente, salí con mi madre; nuestra imagen caminando bajo la llovizna parecía digna de un cuadro. Sostenía un paraguas que no me cubría del todo, buscando mi complicidad mientras yo esbozaba una sonrisa, pensando en mi situación actual con P. y prefiriendo las gotas frías sobre mi frente. De repente, sentí un profundo cansancio, como si estuviera por dar mi último suspiro. Mi cuerpo reclamaba la comodidad de una cama, haciendo esfuerzos por mantenerme erguida ante las luces y la gente. Al volver a casa y recostarme, mi padre vino a saludarme, una presencia efímera cuya voz apenas escuché antes de que se fuera. 
He estado reflexionando sobre el rumbo que tomará mi vida en unos meses, casi convencida de que no volveré a ver a P., sumiéndome en una rutina triste similar al "fenecer" del que hablé el lunes. Últimamente he sentido el abrazo pegajoso de la desesperanza, los días se hacen cada vez más lentos, las madrugadas me despiertan inquieta y mi existencia se vuelve penosa. Mi hermano me sorprende tarareando "High and Dry" de Radiohead al otro lado de la habitación. La estrella más brillante parpadea como un guiño del destino, ya que debe ser una canción escuchada infinitas veces por P.
Intentos fallidos y frustrantes de recordar acontecimientos de mi infancia. Desearía que dejaran de aparecer imágenes o anécdotas contadas por otras personas, apelando a mi memoria traicionera y olvidadiza. Jugando a cocinar a los cuatro o cinco años, en el silencio del comedor de mi hogar. Bebés de plástico y juguetes reemplazando a niños de carne y hueso. El tacto de tres bolitas coloridas del tamaño de mi palma, jugando mientras me bañaba. Construyendo castillitos de arena y temiendo al mar. Tardes de aburrimiento pintando dibujos y aprendiendo a escribir. Mi madre era una princesa y mi padre un príncipe devenido en ogro.
En mi sueño, P. dedica palabras de reconciliación a su ex pareja, mientras yo cargo una maleta con objetos cortantes, una metáfora del almacenamiento de traumas en mi psiquis. Llegando una semana tarde a Buenos Aires, donde alguien dejó de existir mientras yo no estaba. Despierto con dolor de cabeza, mi cuerpo frágil y pesado. Podría sorprender a mi psicoanalista desde la Playa de Huelin, una necesidad visual de observar primero el lago y ahora el mar; aguas tranquilas que calmen mi mente. Números angelicales por doquier. Un pájaro diminuto sobre una rama fina, cuyas hojas despobladas se mecen rápidamente por el viento; un reflejo de mis pensamientos movedizos. Nubes huyendo, tornando el cielo gris. 
P. ha sido tajante pidiéndome que lo olvide, quizás la razón por la cual persiste en mi memoria el tono de su dulce voz, el sabor de sus labios, su mirada seductora, su risa suave, sus brazos fuertes, su desnudez, su afecto y su silencio ante mi repregunta. ¿Se olvidará él de mí? Es un misterio. ¿Por qué no puedo desistir ante la idea de que este no es el capítulo final de nuestra enmarañada historia? ¿Qué sucederá cuando llegue el fin de la distancia? ¿Volveremos a conversar sobre nuestros sentimientos, demostrándonos el cariño que nos tenemos? ¿Será ésta una lejanía momentánea o definitiva?