El encuentro con P. comienza a desdibujarse en mi mente, siendo ahora un hecho dudoso. Pudo haber sido producto de mi imaginación ilimitada y detallista, o bien, el recuerdo de su mirada penetrante, me inquieta a la vez que me desborda.
Gotas resbaladizas sobre alcantarillas, túneles profundos que me llevan a la angustia mientras el cielo pálido me enceguece y el frío se me cuela en la garganta. Manchas negras pequeñas movibles que no son más que pájaros solitarios y tristes en busca de refugio. Es decir, yo, en la madrugada, chocándome con una pared de diez mil ladrillos color azul negruzco, cayendo en un vacío finito que no es otra cosa que el fin.
Convaleciente, un zapato animado talla cuarenta y dos pisa mi estómago despiadadamente. Simulo una posición fetal hacia el techo, pensando que pronto naceré y seré un hermoso pollito con lágrimas asomándose al balcón de los ojos. Mis extremidades inferiores serán ramitas frágiles, y mi cuerpito será delicado, suave y esponjoso, aunque viviré una corta vida, ya que mi tamaño se asemejará al pétalo de una flor muerta.
Seré insignificante, incapaz de huir de la tormenta, y me crecerán, extravagantes, colmillos que me afearán enormemente, borrando cualquier rastro de ternura. Seré Drácula, o un simple jorobado vestido de luto, sentado esperando que llegue la vida.