sábado, enero 27, 2024

"I want to break free
I want to break free from your lies
You're so self satisfied, I don't need you"

Bailo con alegría al escuchar a Queen, la banda sonora de la adolescencia de mi madre. En la oscuridad de la noche se me presenta un mensaje de libertad y renacer, tras largas horas evitando los impulsos de recurrir a P. Luego de tres semanas repletas de insistencia dependiente, empiezo a contemplar la distancia emocional como la única manera de brindarle calma a mi mente. Au revoir, P. 
A pesar de la relajación corporal nocturna, nuevamente me he desvelado. Esta vez ansiosa por salir al exterior, aunque mi primer pensamiento nada más abrir los ojos ha sido P. Recuerdo su mirada penetrante, su boca deseosa y el tono de su dulce voz, seguido de sus caricias y sus besos suaves. En algún tiempo remoto solía ser tan delicado y amable conmigo, pero ya nada queda de aquel hombre. 
Gemidos ahogados de placer mientras P. succiona mi sexo y yo el suyo, recorriendo su cuerpo con mis dedos. Latidos erógenos anhelando su entrada a mi mundo fantasioso. Quisiera ser acariciada (penetrada) muy dulcemente por ÉL. Un deseo que recorre mi ser anticipado e insatisfecho: entregarle mi vulnerabilidad a su poder. Temor intenso ante la posible frigidez que pueda sentir al ver mi desnudez. Fin del magín.
Salida anhelada al exterior. Tras unos pocos pasos, una mujer mayor menciona el nombre de P. en una conversación oída por mí. Al visitar el parque, una situación similar, esta vez una mujer le decía a otra "haz el bien sin mirar a quién". Pensaba cuán sorprendente puede ser el mundo. Enternecida con la imagen de una niña de unos cuatro años, con una vestimenta preciosa y una corona de ángel en su cabeza. La niña llevaba un cochecito con dos bebés de juguete a los cuales se detuvo para besar en la frente, haciéndole un comentario a su padre. Sentía que estaba viéndome a mí misma en mi más tierna infancia. Otra niña lloraba. Un bebé era paseado por su padre. He caído en la tentación de comprar una mezcla de aceites esenciales en forma de roll-on para descansar mi cuerpo y mente. Quizá los aromas de lavanda, espliego y camomila mejoren mi descanso, relajación y respiración. 
Segunda salida, esta vez acompañada. Cochecitos pequeñitos, bebés de juguete, niñitas jugando en la vereda. Necesidad de airear mis pensamientos insanos. Alucinaciones de un hombre puesto con morfina: otro hombre pintando el techo de color amarillo, una mujer vestida de luto barriendo hormigas; él atado de pies y manos, detrás armarios antiguos. Aparición de un hombre llamado P. en la cafetería. Suena El Canto Del Loco: "y a pesar de todo me pregunto ¿qué no di? y al vivir me oculto mis defectos para poder dormir".
Una escena fantasiosa aparece en mi mente: yo, sentada sobre el regazo de P. con las piernas abiertas, besando su boca. Luces tenues en la habitación, él comienza a desnudarme poco a poco, recorriendo mi torso con sus manos y sus labios, haciéndome cosquillas con su barba. Acaricio su espalda, me enfrento a sus ojos negros y le pido que se recueste en la cama. Una seguidilla de caricias y besos, apreciando su desnudez como tratándose de un lienzo en blanco, pintándolo con la mayor delicadeza posible. 
El día va llegando a su fin, el tacto del pijama en mi piel me produce un cansancio cómodo. No he llorado, he logrado transformar la angustia en bienestar y deseo. He disfrutado de la salida al exterior, observando los detalles de un mundo que ha logrado cautivarme nuevamente. He sonreído, he vuelto a bailar y cantar flamenco con entusiasmo, he recuperado una dosis de autoestima y la valía de la que me habló A. Hoy he vivido con todas las letras, sin necesitar a P. Queriéndolo con todo mi ser, pero respetando su espacio y el tiempo que he decidido darnos para proteger nuestra salud mental.