La inanición se convierte en la causa de mi desvelo, una sensación de vacío estomacal acompañada de conflictos internos que surgen en mi mente como monólogos. Sorprendentemente, no encuentro lágrimas; ¿será que las gasté la semana pasada, que las palabras me aliviaron o que mi corazón se acostumbró a estar rodeado de dagas?
Ayer, finalmente, visité el parque. Vi tortugas, patos y cisnes blancos, experimentando una felicidad indescriptible al observar a personas mayores y niños jugando en la plaza. Sentada en un banco frente al lago, me sentí emocionada por haberlo logrado después de tanto desearlo.
La llamada de A., mi psicoanalista, llegó como cada lunes. Distinguía los árboles detrás de mí, como si fuera parte de una pintura, y me preguntó si estaba en el parque. Una sonrisa se mantuvo en mi rostro durante toda la sesión, con A. felicitándome constantemente.
La imagen de P. surgió cuando indagó sobre mi semana pasada. Asumí mi dependencia emocional, usando la palabra "originaria" para describir mi soledad. Me he referido al fenecer como la nada misma, dos palabras escritas en las notas de A., quien ha descubierto mi disfraz lingüístico. He dicho que mi madre es un ángel, utilizando el mismo término que para llamar a P. ¡Bingo! Todo este tiempo he necesitado una figura materna que me brinde protección.
Ayer, finalmente, visité el parque. Vi tortugas, patos y cisnes blancos, experimentando una felicidad indescriptible al observar a personas mayores y niños jugando en la plaza. Sentada en un banco frente al lago, me sentí emocionada por haberlo logrado después de tanto desearlo.
La llamada de A., mi psicoanalista, llegó como cada lunes. Distinguía los árboles detrás de mí, como si fuera parte de una pintura, y me preguntó si estaba en el parque. Una sonrisa se mantuvo en mi rostro durante toda la sesión, con A. felicitándome constantemente.
La imagen de P. surgió cuando indagó sobre mi semana pasada. Asumí mi dependencia emocional, usando la palabra "originaria" para describir mi soledad. Me he referido al fenecer como la nada misma, dos palabras escritas en las notas de A., quien ha descubierto mi disfraz lingüístico. He dicho que mi madre es un ángel, utilizando el mismo término que para llamar a P. ¡Bingo! Todo este tiempo he necesitado una figura materna que me brinde protección.
Aunque mis tejes mentales anticipaban esta asociación, he culpado al hombre malo, descuidando a la mujer buena. Descuidar, en cuanto a dejar de prestarle atención, pero ella me ha descuidado, en cuanto a no cuidarme. A. resaltaría la importancia del lenguaje y la comprensión de los términos utilizados por cada una. Sin duda anotaría esta nueva palabra: descuido, si es que no lo ha hecho ya. Mi madre me ha descuidado.
A. abordó recuerdos de mi infancia, mencionando la amnesia disociativa, la pérdida de memoria originada por un acontecimiento traumático. Lagunas me impiden recordar la primera mitad de mi vida, seguida de depresión y conductas autodestructivas a partir de la segunda mitad. Una lucha contra ángeles y demonios impiadosos, sus espadas están demasiado afiladas.
Agujeros afectivos me han llevado al aislamiento, con dificultades persistentes para vincularme emocionalmente. La falta de figuras que cuiden mi psiquismo en edades tempranas ha dejado cicatrices profundas. Ridiculización, desvalorización de mis emociones, desentendimiento de una pena originaria, falta de comprensión y cuidados psíquicos vitales.
A. elogió la importancia de la sesión, aunque al principio no entendí completamente. Me limité a asentir y mirar sonriente hacia el horizonte. Ahora, sola con mis pensamientos de madrugada, comprendo el significado profundo del mensaje que descifró. Hemos llegado a conclusiones muy avanzadas luego de casi cinco meses de terapia.
A. abordó recuerdos de mi infancia, mencionando la amnesia disociativa, la pérdida de memoria originada por un acontecimiento traumático. Lagunas me impiden recordar la primera mitad de mi vida, seguida de depresión y conductas autodestructivas a partir de la segunda mitad. Una lucha contra ángeles y demonios impiadosos, sus espadas están demasiado afiladas.
Agujeros afectivos me han llevado al aislamiento, con dificultades persistentes para vincularme emocionalmente. La falta de figuras que cuiden mi psiquismo en edades tempranas ha dejado cicatrices profundas. Ridiculización, desvalorización de mis emociones, desentendimiento de una pena originaria, falta de comprensión y cuidados psíquicos vitales.
A. elogió la importancia de la sesión, aunque al principio no entendí completamente. Me limité a asentir y mirar sonriente hacia el horizonte. Ahora, sola con mis pensamientos de madrugada, comprendo el significado profundo del mensaje que descifró. Hemos llegado a conclusiones muy avanzadas luego de casi cinco meses de terapia.
Aún sin terminar de comprender los sentimientos de P., la frase "nunca seré su mujer y él nunca podrá ser mi hombre" resonaba en mí. La mentira que me creé para sobrellevar la distancia con P. llegó a su fin. La idea de mantener una relación afectiva se ha esfumado de la noche a la mañana, pareciéndome ilógica, carente de sentido y fantasiosa. Él, un hombre de treinta y cuatro años, separado y con un hijo. Yo, una joven de veintitrés, amnésica. Aparición de un número divino, así como aparece en P. la idea de que el amor ya no tiene nada que ofrecerle.
El mensaje de mi madre, invitándome a salir, intentando rellenar un agujero, pues ahora es fácil verlo y echarle la culpa. Al ángel le crecieron colmillos y su vestimenta blanca pura se ha teñido de rojo. La numerología hace de las suyas, y las nubes en el cielo formando un falo me recuerdan que mi psicoanalista ha jugado al menos dos veces la carta de la cama y el techo, una combinación descrita por mí como la hora de la soledad silenciosa y el aburrimiento angustioso.
Mi refugio me ha permitido subsistir al borde del precipicio, a punto de saltar al vacío total, hiriéndome para sentir algo. Pienso en todo lo que ha soportado mi frágil corazón y mi mente disociativa, despertando la imagen de un puñal en mi pecho, clavado por mí en posición fetal. Mi psicoanalista me ha preguntado hace algún tiempo si extraño a mi madre; sí, la he extrañado cada día de las últimas dos décadas.