R. me preguntó si estaba enferma y si había comido durante el día, notando mi cansancio corporal. Registró que me sentía mal, aunque yo atiné a sonreír para no preocuparlo. En realidad, había llorado hacía un rato, y aún persistía esa sensación de flaqueza.
05:05 a.m.: soñé que mi padre tenía un mensaje para darme. S. me mostraba un video mío de bebé en el que se notaba una dificultad para mover la pierna derecha. Esto solo sirvió para evidenciar mi dolor real en el mismo sitio, lo que demuestra que en ocasiones retorna mi pena originaria.
Canto: "como quisiera poder vivir sin aire". Al levantarme de la cama, un nuevo dolor apareció en mi costado izquierdo. Me pesa el cuerpo infantil. P. volvió a ignorarme, a una semana de habernos reencontrado. Sigo cantando: "me encantaría quererte un poco menos".
Un torbellino de pensamientos y sensaciones corporales me hace tocar fondo en una madrugada oscura. Creí que al reducir la distancia física, mi vínculo con P. sería más íntimo. Quizá ahora sea más distante que nunca. Fin. Angustia. Separación. Será mejor que lo deje por un tiempo (él me ha dejado y lo extraño).
Las primeras lágrimas del día no tardan en correr por mis mejillas. Recuerdo su mirada, y viene a mí el estribillo de "Ganas de...", interpretado por Sabina. Confusión. Me miro en el espejo, mis ojos aún permanecen hinchados por una mezcla de insomnio y llanto.
Llega la luz del día. Al mirar por la ventana, veo a un gato dándome la espalda. Narcisismo puro, pues todo gira en torno a mí, como si nunca hubiera dejado de ser niña. Le chisto, se da vuelta, le muestro mi mano izquierda e imito sonidos de besos, mientras el gato maúlla dulcemente. Ninguno se atreve a acercarse al otro, solamente nos miramos los ojos tristes y profundos. Esto me recuerda a los primeros acercamientos con P. No sabría cuál es más melancólico, si el gato, P. o yo.
Recostada en la cama luego de haber tomado un baño, con mis gatas enroscadas en mis piernas, recuerdo algo. Asocio el dolor en el costado izquierdo de mi torso, mi madre, protección, debilitación, falta de alimento y sexualidad. Todo me lleva a un momento particular, evidenciando el origen de mi angustia en la sesión del viernes con A. El suceso ocurrió aproximadamente un mes antes de la partida de mi padre, hace ya cinco años.
En aquel entonces, estaba de novia con P. (acto fallido, quiero escribir N., sonrío). Iniciaba la carrera que estoy a punto de terminar. Mi padre tenía fecha de ida. Recuerdo mi primera visita al neurólogo, mi posterior polisomnografía. Venía de una amigdalitis y terminé con un cuadro de deshidratación. Recuerdo una madrugada junto a mis padres en la guardia de un hospital, yo me quejaba de un dolor intenso en el costado izquierdo del torso y necesité suero intravenoso.
Salida inesperada al exterior con R., antes miro mis mejillas en el espejo, ruborizadas y resecas de tanto llanto. Sonrío en más de una ocasión, hacía muchos días que no sonreía genuinamente. El dolor se había hecho carne hasta en mis facciones. Al regresar, me encuentro con que P. cuestiona mi sentir, como si fuera yo quien asume que él no quiere estar conmigo. Sonrío, ¿querrá estar conmigo?
En el camino, pensaba en mi dependencia emocional, en las heridas de P. y en las mías, en mis traumas infantiles, en mis carencias afectivas, en mi recorrido psicoanalítico, en el pasado, en el futuro, en las posibilidades, en mi vínculo sin rotular. Pensaba en cómo podría sobrellevar mi dolor y amar al mismo tiempo (¿no es acaso lo que hago desde hace bastante?). Pienso que P. es una clara proyección de mis dolores más profundos, pero también significa un amor inmenso, quizá algo impulsivo, pero inmenso.
Ayer, mi vista se nublaba a causa del dolor. Hoy he despertado muy temprano, he luchado contra mis pensamientos. Me he sentido un poco menos angustiada, un poco más aliviada. He revivido una época de mi vida algo tormentosa, he perseguido recuerdos. ¿Acaso era una simple casualidad haber enfermado justo antes de que mi padre se marchara? ¿Acaso mi debilitamiento corporal actual no tiene ninguna conexión con aquello? ¿Acaso no estoy somatizando nuevamente mi apego? No lo sé, teorizar me calmó.