martes, abril 16, 2024

Anoche, cuando P. le puso fin a nuestra conversación, lloré y me sentí culpable. Anhelaba el silencio y fui en busca de este. Intenté terminar el libro de la soledad. Pienso que debería seguir el consejo que leí: abstenerme de comer azúcar refinado en forma de chocolate para paliar mi sensación de abandono. 
Recordé un momento con N. Era su cumpleaños y estábamos en su casa. Él tocaba la guitarra y yo lo filmaba. Tras haberse equivocado de acordes en más de una ocasión, se llevó la mano derecha a la frente y esbozando una sonrisa pícara al igual que dulce e inocente, dijo: "¿Qué me pasa? Me ponés nervioso". 
El rostro de N. era aniñado y angelical, no había en él un ápice de maldad. Me atrevería a afirmar que me amaba sanamente. P., en cambio, es un hombre que me desea. Comienzo a experimentar un fuerte dolor de cabeza y siento que me desangro por la boca. Me pregunto qué me pasa, al igual que N. Quizá es momento de preguntarme qué siento por P.
P. es un hombre al cual deseo íntimamente. Además, lo quiero. Si no lo amo, es porque mi herida es demasiado profunda para poder hacerlo. Cuando estamos juntos me hace sentir deseada, cuidada, mirada y atendida. Sin embargo, a menudo me siento frustrada, ansiosa, confundida y angustiada debido a la falta de claridad en nuestra relación.
Despierto envuelta en mi preocupación angustiosa, dejando atrás la dualidad ira triste. Me pregunto cómo tranquilizaré mi nerviosismo respecto al plano académico. Tal vez sea el momento menos indicado para ir en busca de P., me intriga saber cómo estará anímicamente. 
Después de diecinueve horas sin comer, comienzo a percibirme reseca y vacía. Pasé la tarde ocupándome de resolver el asunto pendiente que me tenía intranquila, usando mis escasas habilidades sociales. Sin embargo, aún persiste la preocupación en mi mente.