martes, abril 09, 2024

Sueño que tengo arcadas mientras mi madre se cepilla los dientes. Al despertar, una hora antes de lo previsto, siento una sensación molesta en mi estómago y en la garganta. Hoy veré a P. Saldré con R. y A. vendrá a visitarme. ¿Nos veremos también el lunes? Mañana debo enfrentarme a mis preocupaciones académicas. El viernes, además de tener sesión con mi psicoanalista, es el cumpleaños número dieciocho de mi hermano. Pensar en esto me emociona. Se ha ido siendo un niño; el paso del tiempo es evidente. Lo extraño. Recuerdo nuestra despedida hace algunas semanas y comienzo a lagrimear. Algunas veces me avergüenza tanta sensibilidad.
He salido con R., A. vino a visitarme y en un momento fugaz dijo que me amaba. Qué difícil es para mí reaccionar al afecto. En fin... Finalmente, luego de dos semanas, me encontré con P. Él me esperaba en la esquina de mi casa, tan bello y sonriente como la última vez. Su belleza me deja atontada, me saca las palabras de la boca torpemente. Lo veo sonreír, lo siento acariciar mi sexo dulcemente. El placer se apodera de mí, es tan suave. Nos besamos una y otra vez. Nos miramos, sin mediar palabra. Una proposición: cambiar de locación.
Nos encontramos en la parte trasera de su auto. P. empieza a penetrarme, nos escucho gemir. Caen gotas de sudor desde su frente, su rostro da cuenta del calor. Por instantes me mira o me besa. Me pregunta si siento dolor, se asegura de que esté lo más cómoda posible. Le respondo que siga, que todo está bien. Eyacula, como de costumbre, y llega el fin del acto sexual. Algo en mí se paraliza ante el temor de quedar encinta. Me habla, se ríe, lo beso, y después de algún tiempo, acaricio su pierna. Él siente mi humedad, yo su sexo en mi boca. No tardamos en ser descubiertos. Un hombre lo increpa, debemos huir. Le pido disculpas por el mal momento. Al volver a casa, lloro, sintiéndome culpable.