Despierto con dolor de cabeza, luego de mis clásicas dificultades para conciliar el sueño, esta vez conteniendo las lágrimas, envuelta en una lucha de liberación y represión. "¿Qué carajo me pasa?", me preguntaba, mientras giraba de un lado al otro de la cama, presionando mis ojos en posición fetal. Me enfrentaba al silencio oscuro, por momentos iba en busca del ruido luminoso, como si fuera una niña con temores nocturnos que necesitara de aquello para no sentirse dentro de un ataúd.
Soñé que me preparaba para salir al exterior, con mi madre, mi abuela y mi tía materna. Fue confuso, pues me encontraba tranquila y nerviosa al mismo tiempo. Luego soñé con mis padres y mi hermano. Al parecer, habían venido a visitarme a Buenos Aires. Nos encontrábamos tomando helado como solíamos hacer los domingos. Fue un momento familiar feliz, aunque onírico, producto de mi inconsciente. La angustia me abraza, asfixiándome. No saldré hoy, a pesar de mi deseo de compartir un momento con A., L. y T. Ni siquiera una visita inesperada de P. sería suficiente para que quisiera salir de la cama. ¿Por qué temer a la ruptura si nada existe entre nosotros? Duermo excesivamente, pues mis ojos se resisten a ver la dolorosa realidad: no siente nada por mí, ni siquiera le importo. Solo soy un cuerpo, aunque la mayor parte del tiempo no soy nada.